1.- DIOS TE AMA PRIMERO

Dios te ama primero, antes que tú a Él. El Papa Francisco lo llama a este amor primero: primerear de Dios. Dios es el primero que te ama.

Tenemos que estar convencidos de que es Dios el que tiene la iniciativa, el que sale a tu encuentro para amarte primero, por eso decimos que el amor de Dios es puramente gratuito. Dios te ama porque sí, porque eres hijo/a de Él, porque eres su criatura.

Dios te ama aunque tú no le ames. Dios te está amando aunque tú estés en el pecado, más todavía, cuando nosotros estábamos en el pecado, Jesucristo estaba perdonándonos desde la cruz.

Gracias, Señor Dios, por este amor tan grande que nunca llegaremos a entender del todo.

 

2.- DIOS ES AMOR

Dios es amor es la primera noticia de toda la Biblia.

La palabra amor es una palabra que recorre toda la Biblia, desde el principio hasta el final. Por eso no hemos de tener nunca miedo a Dios. Dios no castiga, no te juzgas al modo humano. Dios es una gracia amorosa par ti, es el regalo más maravillo que no han podido hacer nunca.

Jesús nos dice: Yo doy mi vida por ti libre y voluntariamente.

Gracias, Señor, por el amor con el cual me has amado a mí y a mis hermanos.

 

3.- DIOS TE AMA CON AMOR ETERNO

Dios te ama con amor eterno, es decir, que Dios te ha amado antes de la creación del mundo, te está amando ahora y te seguirá amando siempre. “Con amor eterno te he amado”, dice el profeta Jeremías.

Tú estabas desde siempre en el pensamiento de Dios, por eso tu vida, no es simplemente producto de una simple evolución humana, sino fruto del pensamiento amoroso de Dios.

Tú has salido de las manos amorosas del Padre del Cielo, y por eso, eres su propiedad personal, una propiedad que no te esclaviza, sino que te libera y te salva porque Dios es amor puro.

Gracias, Señor, porque sé que tú no te olvidas de mí; que yo nunca me olvidé de ti, Señor.

 

4.- DIOS NOS AMA CON AMOR DE PADRE

Dios te ama con un amor de padre. Así lo entendió el pueblo de Israel, Jesús y toda la Iglesia: “Yahvéh es tu Padre, el que te creó, el que te hizo y te fundó” (Dt 32,6). El profeta Oseas dice: “tú eres mi hijo, ni niño, y yo te amo, yo te enseñé a caminar, tomándote por los brazos, te atraía con lazos de amor, y te alzaba como a un niño contra mis mejillas, me inclinaba hacia ti y te daba de comer” (Os 11,1-4).

Dios es tu padre que te ha creado con un amor paternal, que se vuelca y se agacha hacia ti para acogerte y levantarte con una ternura inefable. Es el amor de un padre que nunca se olvida de su hijo porque te lleva tatuado en sus manos. Y no castiga a sus hijos porque les ha dado la vida con amor infinito.

Gracias Dios por ser mi Padre.

 

5.- DIOS NOS AMA CON UN AMOR FIEL


Dios te ama con un amor fiel. La alianza que Dios ha hecho con nosotros es una alianza irrompible para Dios. Dios no cambia, nunca se arrepiente, nunca se niega a sí mismo, nunca falla. Con Dios siempre se puede contar, con el hombre, no.

La fidelidad del hombre está siempre expuesta a cambios, intereses y condicionamientos. Pero Dios nunca cambia, por eso nunca seremos abandonados.

Dice el profeta Isaías: “¿acaso olvida una madre a su niño de pecho? Pues aunque esas madres llegasen a olvidar, yo no te olvido” (49, 15).

Nunca, nunca seremos olvidados por este Dios siempre fiel a su alianza perpetua sellada en el amor crucificado de su Hijo Jesucristo.

Gracias, Señor, por este amor fiel.

 

6.- DIOS TE AMA GRATUITAMENTE

Dios te ama gratuitamente porque eres hijo/a de Él.

El amor de Dios contigo es una donación, un regalo, es gratis. Más aún, para que Dios te ame no tienes que poner cara de bueno, no tienes que aparentar nada ante Él; no tienes que hacer méritos para ser querido por Aquél que te creó con su amor infinito. Dios te ama por pura GRACIA DIVINA y punto.

Si yo tuviera que ganarme el amor de Dios con mis obras, méritos y cumplimientos religiosos, entonces yo no sería gratuito, no sería gratis, porque me lo hubiera ganado yo.

Pero no. Dios te ama gratuitamente, es decir, es incondicional. Que queda claro esto. Dios no te dice: “te quiero si eres bueno conmigo”.
María es la mujer totalmente agraciada, la llena de la gracia de Dios.

Todo ha sido recibido de Dios.

 

7.- ¿POR QUÉ EXISTE EL MAL?

Si Dios nos ama tanto, entonces ¿por qué existe el mal en el mundo? ¿Por qué padecemos ahora el coronavirus?

Dios no ha arrojado el virus mortal a nuestra engreída y orgullosa civilización tecnológica y científica. No. Dios no quiere el mal para sus hijos. Dios tiene proyectos de amor, de unidad y de paz para nosotros.

Si esta pandemia fuera castigo de Dios no se explicaría por qué sufren igual buenos y malos, y por qué los pobres son los que más sufren sus consecuencias, acaso ¿son ellos más pecadores que nosotros?

¡No! Dios sufre y llora como lo hace un padre y una madre por sus hijos. Dios participa de nuestro dolor para vencerlo. Dios comparte contigo tu sufrimiento y dolor para consolarte y fortalecerte.

Dios ha permitido la libertad humana, y ella sigue su curso, sin embargo, Dios saca el bien de todo, todo colabora (sirve) para llevar el plan de Dios adelante.

 

8.- TÚ ERES MI AMADO

Sabemos que Dios es amor y que te ama infinita y eternamente, sin embargo, no se puede quedar en una bonita teoría o un razonamiento aprendido de memoria, es necesario convencerme de que soy amado/a como soy.

Y cuando me sienta amado/a como soy, comienza la alegría y la aceptación de mi vida.

Reconozcamos que, a lo largo de nuestra vida, hemos sido rechazados, incomprendidos y heridos de amor. Por eso, necesitamos convertirnos interiormente en amados por Dios.

En tu interior, en tu alma, tienes al Espíritu Santo y Él es el amor de Dios derramado en tu corazón, dice San Pablo.

Ser amado expresa la verdad más profunda de nuestra existencia.

 

9.- LLENA DE GRACIA

Hoy, 13 de mayo, es la Virgen de Fátima. María, como rezamos en el Ave María, es la llena de gracia. Sí la agraciada del Señor. En la vida de María todo es don, regalo, gratuidad.

En la vida de María ha sucedido todo por el amor de Dios, Dios es el que ha tenido la iniciativa para realizar las obras maravillosas en esta criatura.

María no hace ningún esfuerzo especial, más bien, siente la importancia para vivir la obra de Dios en su vida. El Espíritu Santo de Dios es el artífice de la obra en María.

María lo que hace es acoger en absoluta libertad la voluntad de Dios: HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRA.

AMÉN.

 

10.- EL AMOR DE DIOS ENCARNADO

El amor de Dios se ha revelado en su plenitud en la encarnación de su Hijo Jesucristo. Dios nació pobre, desvalido, se hizo una de tantos. Dios se ha dejado ver, oír y tocar. Esto es asombroso, amigos.

¿Qué significa la encarnación de Dios? Significa que Dios Padre ama apasionadamente a los hombres, a todos.

Ahora sabemos quien es Dios y cómo es: un Dios hecho carne, cercano y accesible, entrañable y misericordioso. Un Dios que nos ha amado tanto, que nos ha enviado a su propio Hijo para salvarnos del pecado y de la muerte.

Dios se ha metido en nuestra historia, en tu historia para vivirla contigo y salvarte. “¿Qué dios hay que esté tan cercano a nosotros como lo está Yahvé nuestro Dios con nosotros?” (Dt. 4, 7).

11.- EL ESPÍRITU SANTO

Si alguien nos preguntara quién es el Espíritu Santo ¿qué responderíamos a parte de decir que es la tercera persona de la Santísima Trinidad? Ciertamente, es fácil hablar del Padre y del Hijo, pero... ¿y del Espíritu Santo?

Se dice del Espíritu que es el gran desconocido, y sin embargo, es curioso lo que nos dice Pablo: “EL ESPÍRITU DE DIOS HABITA EN VOSOTROS” (Rm 8,9). ¿No os causa extrañeza esto? Por una parte, no sabemos hablar de Él y es el gran desconocido, y por otra, está y habita en nosotros. Entonces ¿dónde está el descuido?

Parece evidente que en nosotros. En consecuencia, busquemos la experiencia del Espíritu Santo. Para ello volvamos a la profundidad secreta de nuestra alma, donde actúa el Espíritu Santo y donde, en lo más profundo de nuestra intimidad, vive Él.

VEN ESPÍRITU SANTO.

 

12.- ABANDONARSE EN EL ESPÍRITU SANTO

La tarea fundamental de nuestra vida cristiana es la de dejarnos guiar en todo por el Espíritu de Cristo. No es un esfuerzo lo que se nos pide, sino un abandonarnos en las manos de Dios. Abandono que, por lo demás, no tiene nada de pereza o de pasividad, en el sentido en que se emplean generalmente estas palabras...

Para comprender la vida de Cristo es necesaria la luz del Espíritu Santo. Para que la vida de Cristo no sea una serie de hechos repetitivos y rutinarios en nuestra vida cristiana, sino una Vida Nueva en Cristo Jesús, es preciso poseer el Espíritu de Cristo.

Comencemos, pues, desde una oración sencilla, diciéndo: “¡Ven! Espíritu Santo. ¡Ven! a mi vida, a mi corazón y haz que yo pueda vivirte en mi alma.

Se trata, de dejar que el Espíritu Santo el que actúe en mí. No es mi entendimiento ni mi inteligencia ni mi razón, sino la humildad y sencillez de mi alma la que me hace abandonarme en Aquel que sé que me ama: Dios.

¡Ven, Espíritu Santo y entra dentro de mí!

 

13.- EL ESPÍRITU SANTO DA TESTIMONIO DE JESÚS

Jesús dice que el Espíritu Santo dará testimonio de mí. En efecto, Espíritu Santo comunica, habla, testimonia a nuestro espíritu quién es Jesús. Es el Espíritu Santo el que nos revela y nos dice que Jesús es el Señor, el Salvador del mundo, el Hijo único de Dios, el que te ama continuamente hasta dar la vida por ti.

Esta comunicación, este hablar el E. a nuestro espíritu, es una experiencia reconocible e inequívoca de la presencia de Dios, que nos hace comprender la VERDAD. Esta experiencia no deja lugar para la sospecha, sabes que es el Señor.

Por eso hemos de tener cuidado cuando nos hablen del espíritu, sencillamente, porque hoy hay muchos que cuando hablan del espíritu se refieren a otra clase de espíritu, y hablan, por ejemplo, del espíritu del cosmos, de la tierra, la energía del espíritu, el espíritu del bosque, etc. Pero este no es el Espíritu Santo. El E.S. te hablará siempre de Jesucristo. Nos lo dijo Él mismo.

En consecuencia, todo lo que conduce a Cristo y al Evangelio es obra y gracia del Espíritu Santo que vive en el corazón del creyente.

 

14.- EL ESPIRITU NOS HACE TESTIGOS

Dice Jesús que también nosotros daremos testimonio de Él. Claro, una vez que nosotros hemos recibido la experiencia de la salvación de Jesucristo, entonces nos convertimos en testigos de Él.
Por eso la fe en Jesucristo, no es un espiritualismo barato, no adormece ni paraliza, todo lo contrario, nos lleva a testificar a Jesucristo con toda nuestra vida: con la palabra y las obras. Y a esto es lo que llamamos: EVANGELIZACIÓN. Es decir, llevar el Evangelio a los nuestros, a la sociedad y al mundo.

Tenemos que pedir al Espíritu Santo que nos libere de prejuicios y vergüenzas que podamos tener, para dar testimonio de nuestra fe, sin miedo y con valentía, a todos los que se acerquen a nosotros.
Dice Jesús: llegará el día incluso que, el que os dé muerte, pensará que da culto a Dios. Desde los Apóstoles hasta hoy sigue habiendo testigos de la verdad de Jesucristo por el mundo entero.

Ven, Espíritu Santo, y danos tu fuerza y poder para ser testigos en nuestros días de que Jesucristo es el único camino, verdad y vida.

 

15.- CREER EN EL ESPÍRITU SANTO

Si tú crees en el Espíritu Santo, Él cambiará tu mirada sobre Dios, ciertamente, pero también sobre la Iglesia, sobre los demás y sobre ti mismo. Por eso tiene tanta importancia el Espíritu Santo en nosotros.

El Espíritu Santo es el gran olvidado de nuestra vida de fe. Hablamos de Dios, de Cristo, de la oración, de los pobres... pero no tanto del Espíritu Santo. Sin embargo, el Espíritu está actuando en nosotros, está en nosotros, sin que nosotros pensemos en él. En nuestro bautismo, y después en la confirmación hemos recibido de una forma muy especial el Espíritu Santo.

Cuando renovamos nuestra fe en el Espíritu Santo cambia todo, es como un nuevo nacimiento.

"El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Juan 14,26).

 

16.- EL ESPÍRITU SANTO ENSEÑA

Jesús antes de ir al Padre dijo: "Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo he dicho". (Juan 14,26).

ENSEÑAR: es decir, Él es el que nos va a hacer entender y comprender la VERDAD: la verdad de nuestra enseñanza y doctrina católica, la verdad de que todo lo que celebras en los sacramentos, no es magia ni un ritualismo inventado por unos pocos, sino que celebras al Jesús vivo y resucitado que se hace presente en ellos con mucho amor.

Te enseña a descubrir que la Palabra de Dios es una palabra vida y eficaz para ti, que te guía y te salva.

Te enseña a ver que este mundo que ves con sus luces y sombras es creación amorosa de Dios.

Y, también, el Espíritu y Santo te enseña que el hombre es criatura de Dios, y que todos somos hijos y hermanos.

Te enseña y tú lo aprendes en tu corazón.

 

17.- EL ESPÍRITU NOS RECUERDA

Jesús antes de ir al Padre dijo: "Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo he dicho". (Juan 14,26).

¿Qué significa RECORDAR?: Aquí la palabra recordar no se refiere a un recuerdo histórico, sino que la vida de Dios se realice en nosotros, la vida de Jesús en ti.

Dicho de otra manera, tú puedes haber aprendido muchas cosas de memoria acerca de Jesús cuando eras pequeño y, sin embargo, esto no ha producido vida nueva en ti. Es, simplemente, un conocimiento racional que tú tienes de lo que aprendiste cuando eras pequeño.
Pero, el Espíritu Santo, al recordártelo realiza en tu corazón la vida nueva de Dios, de tal manera que, si yo sé que Dios es amor, entonces en mi corazón se actualiza y se vive ese amor.

Por eso, el Espíritu Santo nos hace vivir constantemente la vida de Jesús en nosotros.

VEN ESPÍRITU SANTO y “recuerda” a mi corazón tu amor y tu salvación.

18.- FE EN EL ESPÍRITU SANTO

Tener fe en el Espíritu Santo, creer en él, significa, primordialmente, confiar en él. Y para alcanzar la confianza hemos de pedir la experiencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, por eso, invocad con sinceridad en vuestras oraciones: VEN, ESPÍRITU SANTO.

Para ello, no debes confiar en tus fuerzas, ni en otros poderes ni fuerzas espirituales, ni en echadores de cartas o nigromantes u otros magos.

Confiar en el Espíritu Santo, significa básicamente poner la confianza en Dios y en su proyecto de salvación para ti y la humanidad, sabiendo que toda la historia va hacia la plenitud de Dios. No importa que tú no lo creas. La historia no es tuya, sino de Dios.

Confiar en el poder del Espíritu es confiar en la fuerza y el poder de la Resurrección.

Dios ha guiado siempre su historia de salvación a través de la debilidad y la impotencia del hombre, desde Abrahán hasta nosotros; los grandes testigos de la fe han sido siempre personas sencillas, pobres y débiles.

Quien confía en el Espíritu no debe nunca tirar la toalla.

 

19.- "EL ESPÍRITU CONVENCERÁ
AL MUNDO EN LO REFERENTE AL PECADO" (Jn 16,8).

Dice Jesús en el Evangelio que el Espíritu Santo nos convencerá en nuestra conciencia del pecado. Esto está claro. Este pecado del que habla S. Juan, "significa la incredulidad que Jesús encontró entre los suyos" y que hoy sigue encontrando. Es decir, es un rechazo frontal a la persona y misión de Jesús, nuestro Dios y Salvador.

El pecado, pues, es prescindir de Dios en tu vida. El no hacer caso del mensaje ni de la Palabra de Dios. Es caminar según tu propias ideas y autosuficiencia. Pues bien, cuando te des cuenta de que estás viviendo así, entonces es que has sido “tocado” por la gracia de Dios.

Y, algo muy importante. Cuando recibes esta experiencia del Espíritu de amor, no te sientes culpabilizado, ni condenado, ni castigado por Dios. Todo lo contrario. El saberte pecador desde Dios, implica sentirte amado, acogido y querido por Él. Dios no ha venido a condenar, sino a salvar. Y también: "Yo -dice el Señor- he venido para que tengan vida y vida en abundancia".

GRACIAS, SEÑOR.

 

20.- "EL ESPÍRITU CONVENCERÁ
AL MUNDO EN LO REFERENTE AL PECADO" (II)
(Jn 16,8).

El concepto "pecado" es un término referido al campo de lo religioso. Y como tal nosotros lo entendemos referido a Dios.

Hoy percibimos en nuestros ambientes secularizados cómo los hombres se ven sin pecado ninguno. No hay necesidad de confesar nada porque no hay conciencia de pecado. Sin embargo, oímos a San Juan que dice: "si decimos: No tenemos pecado, nos engañamos" (1Jn 1,8).

¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que para detectar el pecado en nosotros necesitamos la LUZ de DIOS. Y esta luz de Dios es el ESPÍRITU SANTO.

En consecuencia, sólo el Espíritu Santo nos "convencerá" de nuestro pecado y nos convencerá cuando veamos en la profundidad de nuestro interior el Amor y la Misericordia infinita de Dios manifestada en Cristo Jesús, muerto y resucitado por nuestros pecados.

 

21.- EL PECADO CONTRA EL ESPÍRITU SANTO

Dice la Escritura: "Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada" (Mt 12,31).

¿Qué quiere decir que esta blasfemia contra el Espíritu no será perdonada? ¿Es que Dios no quiere perdonar? No.

Aquí la blasfemia contra el Espíritu Santo "consiste en rechazar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo" (Juan Pablo II).

Ciertamente no es que Dios no pueda o no quiera perdonar, sino que es el hombre el que se cierra conscientemente a la gratuidad de la salvación. Es una "resistencia interior" y una oposición deliberada a la Redención de Dios realizada en Jesucristo.

La Iglesia y cada uno de nosotros debemos orar y ser un testimonio claro del amor y la salvación de Dios, a fin de ser canales limpios para que el hombre experimente el amor y la cercanía de Jesucristo, nuestro único salvador.

 

22.- EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA

Decía un patriarca de Antioquía: "Sin el Espíritu Santo, Dios queda lejos, Cristo permanece en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es pura organización, la autoridad es tiranía, la misión es propaganda, la liturgia es simple recuerdo, y la vida cristiana es una moral de esclavos" (Ignacio IV Hazim, patriarca de Antioquía, Uppsala 1968).

Dicho de otra manera, sí tú has recibido la experiencia del Espíritu Santo, Él te habrá metido dentro de la Iglesia; y no lo contrario, es decir, cristianos separados de la Iglesia y sin asistir a la misa dominical. Pues, esto no es verdaderamente cristiano, porque el cristiano auténtico vive sumergido dentro de la Iglesia. Vive en ella, con ella y para ella, porque la Iglesia no es una invención de unos cuantos fanáticos, sino del mismo Jesucristo.

Para todos los historiadores es incuestionable que, a finales del siglo I, la Iglesia de Jesucristo se distinguía del judaísmo y se decía que esta había sido fundada por un tal "Jesús", llamado "Cristo".

Desde entonces hasta hoy la Iglesia sigue adelante por la promesa y la fidelidad de Cristo, y porque la presencia del Espíritu de Cristo alienta las velas de esta "barca" hacia adelante y nunca a la deriva.

 

23.- TEMPLOS DEL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo habita en la Iglesia y en cada uno de sus miembros.

"¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguien destruye el templo de Dios, Dios los destruirá, porque el templo de Dios, que sois vosotros, es sagrado" (1Cor 3,16-17); "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que recibís de Dios y reside en vosotros?" (1Cor 6,19).

Estas palabras de San Pablo nos avisan de algo muy importante. En primer lugar, que todos nosotros, unos a otros, nos debemos un respeto y una dignidad, sea quien fuere y de la condición que sea.

Otra afirmación es que nuestro cuerpo es templo de Dios. Es decir, que, con la presencia de nuestro cuerpo y nuestras palabras y gestos, debemos mostrar a Cristo.

En el bautismo hemos sido consagrados a Dios, en consecuencia, nuestro comportamiento hacia los demás debe ser como si fuéramos otros “cristos”. Recordemos aquellas palabras del Señor: lo que hicisteis con uno de estos a mí me lo hicisteis.

 

24.- SER AGRADECIDOS

Hoy no es muy frecuente la gratitud, es decir, el que nos den las gracias, el que reconozcan nuestra vida, lo que hacemos o hemos hecho. ¡Claro, que no hacemos las cosas para que nos lo agradezcan! Pero, siempre es bueno y saludable para todos, el ser agradecidos con los demás.

Muchas veces, pienso para mí mismo: ¿por qué nos costará tanto el dar las gracias por las pequeñas o las grandes cosas de la vida? Por ejemplo, ¿por qué nos cuesta dar las gracias a los padres, a la familia? ¿Por qué nos enfadamos con ellos que son los que nos han dado la vida, el alimento, el cobijo… y que aún son nuestro sustento?

¡Cuánta gratitud debemos! Fijaos bien, constantemente estamos recibiendo vida: el aire que respiramos, el sol, la naturaleza, el agua, el hogar donde vivimos… la familia, el cariño, el afecto, la preocupación de los demás por mí, la comida, la limpieza de la casa, de la ropa, el saludo, la acogida de los demás, y tantas y tantas otras cosas.

La mejor manera de mostrar la gratitud a los demás es amando, perdonando, sirviendo, acogiendo, acariciando, dialogando, ayudando, abrazando… y todo aquello que suscite en la otra persona gozo interior y una palabra de agradecimiento.
Demos gracias a Dios por todo.

 

25.-¿POR QUÉ TANTO MAL?

Desde que el mundo es mundo, siempre ha existido el mal, y con él la eterna y legítima pregunta a Dios: Si Dios es amor, entonces, ¿por qué hay tanto mal? ¿Por qué las guerras, los holocaustos, los campos de concentración, el hombre, el sufrimiento de los inocentes, la pandemia…?

Hay que decir, que nadie tiene una respuesta al último porqué de estas situaciones dramáticas. Nadie tiene una respuesta razonada que pueda dejar tranquila la conciencia del hombre.

Lo que sí sabemos son dos cosas. Primera, que el hombre goza de una voluntad libre, y, segundo, que Dios es amor y desea el bien nuestro.
Así pues, Dios nunca tiene culpa del mal existente, iría en contra de su propia esencia e identidad. Más bien, todo lo contrario, es decir, nuestro Dios cristiano es un Dios encarnado, esto es, un Dios hecho carne en el Hombre Jesús, un Dios que oye y ve el sufrimiento de la humanidad, hasta tal punto que él mismo aceptó el sufrimiento por todos, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2, 8).

La única respuesta para el hombre, ante el mal, es: Dios está de parte de los que sufren y además comparte con ellos su dolor. Y esto es lo único que da esperanza al hombre.

 

26.- DEJARNOS AMAR POR DIOS

La vida cristiana, o la miramos como un don y una gracia recibida de Dios, o de lo contrario, será una carga pesada. Cierto, si la vida cristiana la vives como fruto de un esfuerzo personal, como un código de normas y leyes que has de cumplir, entonces, llegará el día que sientas agotado porque no puedes llegar a cumplir todo, y, además, todos tus esfuerzos se verán frustrados.

Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Pues, lo que tenemos que hacer es DEJARNOS AMAR POR DIOS. Sí, dejarnos amar, ser sencillos y humildes y decir al Señor: “pasa a mi vida, te doy permiso para que entres y transformes todo mi ser. Quiero vivir una vida cristiana auténtica”.

Sí tú se lo dices de verdad, Él lo hará, estoy seguro; porque, ¿sabéis lo que espera el Señor de nosotros? Que nos dejemos amar por Él, como un bebé en el regazo de su madre. Dios tiene necesidad de amarte. Deja que te ame.

El amor de Dios es puro don, gratuidad. San Pablo, refiriéndose a Jesucristo, dice: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).

 

27.-EL AMOR DE DIOS MANIFESTADO EN SU HIJO JESUCRISTO

Toda la historia de la salvación de Dios, lo que antes se llamaba historia sagrada, es una historia de AMOR de Dios con su pueblo, con cada uno de nosotros.
Ciertamente, el hombre tiene necesidad de amar y de ser amado. Es más, si nunca hubiéramos sido amados, no sabríamos lo que es el amor, y, por tanto, seríamos una especie de monstruos.

Ya sabemos que el amor de Dios es gratuito, es decir, es un amor donado, entregado gratis y totalmente para ti.

Y, la prueba de este amor de Dios hasta el extremo, es que Dios nos entregó a su Hijo Único, para que el mundo se salve por Él.

En verdad, toda la vida de Jesús es una manifestación del amor de Dios para el hombre de todos los tiempos.

Gracias, Señor Jesús, porque sé que me amas siempre, y, además, porque no puedes dejarme de amar. Gracias, porque me comprendes en mi debilidad y miseria, y me aceptas así, ofreciéndome cada día tu bondad y misericordia.

 

28.- ÉL ME LEVANTA

Cuando me siento cansado y débil, tú, Señor, me levantas.
Cuando siento angustia y miedo, tú, Señor, me levantas.
Cuando siento odio y rencor, tú, Señor, me levantas.
Cuando siento pena y tristeza, tú, Señor, me levantas.
Cuando me siento sin fuerza y aliento, tú, Señor, me levantas.
Cuando me siento fracasado y decepcionado, tú, Señor, me levantas.
Cuando estoy triste y con lágrimas en los ojos, tú, Señor, me levantas.
Qué bueno, Señor, ir sobre tus hombros.
Qué bueno, Señor, ir sobre tus brazos.
Qué bueno, Señor, ir de tu mano.
Qué bueno, Señor, ir a tu lado.

Es bueno esperar en silencio la salvación de Dios.

 

29.- ACEPTARSE A SÍ MISMO EN LOS FALLOS Y LAS CULPAS

La tarea más difícil para el hombre es aceptarse a sí mismo. Sí, aceptarnos con nuestras limitaciones, fallos, miserias, pecados… Nos resulta muy difícil el perdonarnos y aceptarnos como somos. Más aún, nos culpabilizamos internamente creyendo que somos malos, pecadores…

¿Por qué sucede la culpabilidad y el remordimiento? Pues sucede porque no somos misericordiosos con nosotros mismos, porque no aceptamos nuestra pobreza, ni límites ni pecados.

Sin embargo, cuando nuestra vida la ponemos ante el Dios compasivo y misericordioso, entonces vemos que Él sí nos acepta como somos, con nuestros fallos y miserias.

No podemos pasarnos la vida dando vueltas y vueltas sobre nuestras equivocaciones o pecados de nuestra historia. Dios ha llenado misericordiosamente toda nuestra vida y la ha absuelto de todo mal. Pero, si aún te quedan remordimientos en tu vida, pide a un sacerdote que ore por la sanación y liberación de tu historia pasada.
Conclusión: si Dios nos acepta y nos ha perdonado de todas nuestras culpas, ¿quién soy yo para no perdonarme y aceptarme a mí mismo?

30.- QUERER SER EL QUE SOY

Con frecuencia nos encontramos con personas que no se aceptan como son, quisieran ser otra persona, por ejemplo, no aceptan el pueblo ni la familia de donde proceden, no aceptan sus rasgos físicos, su cultura, su apariencia externa, su condición social, etc. Todo esto, sin duda, es causa de muchos complejos y otros problemas psíquicos, llegando incluso, en algunos casos, al suicidio.

Tenemos que llegar a aceptar la persona que soy, amar lo que yo soy, con todo lo que mi existencia me ha dado. Sí, yo no me he dado la existencia a mí mismo, ha sido otro. Dios es quien me ha puesto en la historia, por ello, soy una persona única, genuina, singular; no ha habido antes nadie igual a mí ni lo habrá nunca en la historia. Esto es un misterio único del amor de Dios a cada uno de nosotros.

Es importante que no te rechaces, que no te rebeles contra ti, más bien, quiérete a ti mismo. “Debo estar de acuerdo con ser el que soy. De acuerdo con tener las propiedades que tengo. De acuerdo con tener los límites que se me han otorgado” (R. Guardini, la aceptación de sí mismo, p. 23).

 

31.-PERDONAR A DIOS.

Está claro que Dios nos perdona siempre, pero, ¿tú has perdonado a Dios? Sí, has oído bien, ¿tú has perdonado a Dios?

En cierta ocasión, cuando le dije esto a una persona, no lo podía comprender; sencillamente, porque lo que entendemos es que es Dios el que nos tiene que perdonar a nosotros, y no nosotros a Él.

Pero, fijémonos bien. ¿Cuándo tengo que perdonar a alguien? Pues, por ejemplo, tengo que perdonar cuando alguien me ha ocasionado algún daño o que, alguien, por su culpa, me ha producido algún mal, etc.

Y, referido a Dios, lo mismo. ¿Cuántas veces hemos culpabilizado a Dios de nuestros males?, ¿cuántas veces hemos esperado la solución de parte de Dios y no nos lo ha concedido? ¿cuántas veces nos hemos visto decepcionado de Dios porque no nos hemos sentido escuchados? ¿cuántas veces te has enfadado con Dios? Mucha gente, ante tanta decepción de Dios, se ha alejado o le han rechazado, pensando quizá que Dios no es bueno y que no puede tanto como dicen.

Hoy, te invito a que hagas las paces con Dios. Que te pongas en oración silenciosa frente a Él. Él te escucha, te acoge, te ama, te comprende. Y, dile, de todo corazón: “Señor, Dios, te perdono de todo corazón. Sé que tú me amas y deseas el bien para mí”.

Gracias, Señor.

 

32.- YO SOY DE DIOS

Tú que estás escuchando este audio, te has preguntado alguna vez: ¿de dónde procede tu vida? ¿Quién está en el origen de todo?
Dios es el que te ha creado. Es aquel que te ha dado la vida y el ser.

Dios me ha creado así, como soy, porque Él ha querido y porque me ama así. Soy su hija/a. Tú eres de Dios, lo creas o no.

¿Acaso tienes tú el poder para darte la vida a ti mismo? ¿Te has creado a ti mismo? ¿Te has dado a ti mismo el ser?

Si lo reconoces con humildad, concluirás que tu vida ha sido dada, recibida. Nuestra vida es un continuo recibirnos desde Dios.
Cuando se acepta a Dios como creador, te sientes anclado y cimentado en el amor, y donde hay amor de verdad se vive la confianza y la libertad porque Dios te respeta y te ama.

 

33.- PORTARSE BIEN CON UNO MISMO

Dios nos ha dado una vida con el único deseo de que vivamos una vida abundante en amor y llena de plenitud. Por tanto, no podemos vivir con el miedo a que el Señor nos quiera castigar. Dios no es un dios castigador, severo, autoritario, inflexible. El que tenga esta imagen de Dios es falsa.

Tenemos que creer en un Dios que comparte sus bienes con nosotros, en un Dios de confianza y misericordia, y, por supuesto, vivir sin la angustia de que podamos equivocarnos y fallar, y pensar que Dios nos va a castigar sin remedio.

Hay que vivir confiados en el Dios misericordioso y no vivir culpabilizados por nada.

Conclusión: Si Dios te ama y se porta bien contigo, entonces, ¿por qué no te PORTAS BIEN CONTIGO MISMO?

 

34.- LA GRACIA Y EL COMPROMISO

Os hablo, con frecuencia, de la gratuidad del amor de Dios, y no me cansaré de anunciarlo y predicarlo. Es el mensaje central del cristianismo: Dios es amor y Él te ama gratuitamente. La salvación es un don, un regalo de nuestro Dios para todos sus hijos. De tal suerte que, el que experimenta en su alma este amor de Dios, queda marcado y sellado para el resto de sus días.

Y este encuentro con el amor de Dios es el que transforma y cambia a la persona desde su misma raíz. Este cambio se nota, por ejemplo, en la oración. Esta ya no es tan egoísta, es decir, ahora el corazón necesita expresar la alabanza y gratitud a Dios por todo el bien que ha hecho.

También en la celebración de la Eucaristía. Esta ya no es un peso, una obligación, ahora es el pan reciente de Jesús que se ofrece en alimento constante y que te une a los hermanos.
En cuanto al sacramento de la reconciliación lo vivencias y lo sientes como una gracia constante para la vida.

La Palabra de Dios se convierte en lámpara para tus pasos y luz en el sendero de la vida, ya no puedes prescindir de ella.

El Reino de Dios, ahora, es el proyecto de Dios por el que das la vida, sobre todo, para con los más pobres y necesitados. Ellos son la presencia de Jesús en la tierra: lo que hicisteis con uno de estos, mis pequeños, a mí me lo hicisteis.

La gracia del amor de Dios nos lleva al compromiso con su proyecto.

 

35.- HIJOS DE DIOS

San Pablo dice a los cristianos de Roma: “recibisteis un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba! ¡Padre!”.

Sí, Dios no ha hecho hijos en el Hijo único, por eso dice el texto que somos hijos adoptivos. Pero se trata de una adopción muy especial.

Los hijos adoptivos acogidos por una familia, les da todos los derechos de hijos naturales. Pues bien, nosotros hemos sido adoptados dentro de la gran familia de Dios, con todos los derechos. Pero, escuchen lo que sigue a continuación.

El hijo adoptado nunca podrá llevar la sangre de su padre adoptivo, pero nosotros, los hijos de Dios sí la llevamos. Llevamos la misma vida de Dios. Por nuestras “venas” corre la vida divina, la vida de Dios, la vida del Espíritu Santo. Y Él es el que nos hace clamar dentro de nosotros una palabra preciosa: “¡Abba! Padre”.

Claro que, ahora, tú puedes vivir como un hijo rebelde que no hace caso a su padre, pero esto no quita ni un ápice tu filiación divina de Aquél que te ha adoptado: tu Padre, Dios.

 

36.- FE

La fe comienza con el encuentro con una persona: Jesucristo. Y, al decir encuentro, nos referimos a un acontecimiento que sucede en el interior del hombre; es algo que tú puedes sentir, palpar y experimentar. Es un encuentro con Alguien vivo, con el amor verdadero e infinito de Dios.

Este encuentro amoroso con Jesucristo produce en el hombre una transformación total en su vida. Comienza así una nueva manera de pensar, ver, sentir y vivir. La fe es como una luz nueva con la cual caemos en la cuenta de que Dios vive en mí. Y esta vida de Dios en mí es la que produce la paz y el gozo en el Señor. A esto, es lo que el Evangelio llama conversión, es decir, es un cambio para vivir con Jesucristo y desde Jesucristo, y todo fruto del amor de Dios en el corazón del creyente.

Y es que Dios lo cambia todo. Ahora Dios ocupa el centro de todo: de la creación, de la historia, y del alma del hombre. Es por ello que, cuando hablamos de la fe, nos refiramos a ella como un don, una gracia. Es decir, que no es fruto del esfuerzo personal, ni de la inteligencia o saber humano, sino un regalo venido de Dios mismo.

D. Jesús Cano Arranz (Párroco de San Millán)

 

37.- CREER EN JESÚS

Creer en Jesús es algo más que aceptar unos dogmas de la fe; es aceptar que Jesús, el que nació de las entrañas de la Virgen María, es el enviado por Dios para salvarnos del pecado y de la muerte. En el Evangelio de San Juan se lee: “Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,17). Creer en Jesús significa aceptar a Jesús como la gran revelación del amor, bondad y misericordia entrañable de nuestro Dios.

Pero, también otra cosa importante. No sólo aceptar, sino que esta aceptación, este sí a Jesucristo, implica tomarse en serio la verdad que Jesús nos ha revelado en su Palabra divina. Y, cuando decimos tomarse en serio su Palabra, queremos decir, que esta Palabra la tenemos que poner en práctica, es decir, llevarla a la vida.

Dicho de otra manera. Si tú dices que crees en Jesús, y no se te nota en la vida, es que no crees de verdad. Porque si no, dice el Apóstol Santiago: “¿de qué te sirve, hermanos míos, que alguien diga. ‘tengo fe, si no tiene obras?... Si la fe, no tiene obras, está realmente muerta” (St 2,14.17).

La bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, esté siempre contigo

 

38.- HIJOS DE DIOS

San Pablo dice a los cristianos de Roma: “recibisteis un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba! ¡Padre!”.

Sí, Dios no ha hecho hijos en el Hijo único, por eso dice el texto que somos hijos adoptivos. Pero se trata de una adopción muy especial.
Los hijos adoptivos acogidos por una familia, les da todos los derechos de hijos naturales. Pues bien, nosotros hemos sido adoptados dentro de la gran familia de Dios, con todos los derechos. Pero, escuchen lo que sigue a continuación.

El hijo adoptado nunca podrá llevar la sangre de su padre adoptivo, pero nosotros, los hijos de Dios sí la llevamos. Llevamos la misma vida de Dios. Por nuestras “venas” corre la vida divina, la vida de Dios, la vida del Espíritu Santo. Y Él es el que nos hace clamar dentro de nosotros una palabra preciosa: “¡Abba! Padre”.

Claro que, ahora, tú puedes vivir como un hijo rebelde que no hace caso a su padre, pero esto no quita ni un ápice tu filiación divina de Aquél que te ha adoptado: tu Padre, Dios.

 

39.- QUÉ ES LA HUMILDAD

La humildad es la capacidad que tiene el hombre para reconocer que todo lo que somos y tenemos es venido como don de Dios. Y, sino pregúntate esto: ¿qué tienes en tu vida que no hayas recibido? ¿Te has dado tú mismo el ser? ¿Tus capacidades y facultades te las has dado tú? La respuesta es bien sencilla: todo lo has recibido de lo Alto. Así pues, el humilde vive en permanente agradecimiento al Padre, creador y dador de su vida.

El humilde sabe que su vida la ha recibido de Otro, de Dios. En consecuencia, su vida la pone a disposición de los demás como un don, como un servicio humilde a aquellos que nos puedan necesitar.
Humilde es aquel que no se pone por encima de los demás, ni se cree mejor que los demás, ni carga con yugos y cargas pesadas a los demás. Humilde es hacer como Jesús: aliviar cansancios y agobios, liberar y sanar, en definitiva, servir el amor a los demás.

San Pablo, dice: “no hagáis nada por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás.” (Fil 2,5).

 

40.- SOMOS ELEGIDOS COMO HIJOS

Somos hijos de Dios, elegidos, amados y aceptados como somos, desde siempre. Pero, ¿qué pasa con frecuencia?, que no nos amamos ni nos aceptamos como somos: nos juzgamos negativamente, nos rechazamos, no admitimos nuestros defectos, ni limitaciones. Ciertamente, lo más difícil es aceptarse a sí mismo tan pobre como se es. Aceptarme en mi condición física, familiar, social, mi propia historia, etc.


Fijaos bien en esto que os digo ahora: hay algo entre Dios y nosotros que me parece asombroso. Y es que, cada uno de nosotros, somos únicos, especiales, irrepetibles. Que nunca ha habido nadie como nosotros ni lo habrá en toda la historia: ¡somos originales, únicos! Solo Dios puede tener esta capacidad creativa. La meta es descubrir la imagen única que Dios tiene de cada uno de nosotros, ya que cada uno de nosotros somos irrepetibles.


Conclusión: en esa condición única de hijo-a, tú eres una persona valiosísima a los ojos de Dios. Y, dice San Pablo, si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? Nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios.

 

D. Jesús Cano Arranz (Párroco de San Millán)

 

“HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA”

Queridos amigos: paz y amor para vuestros corazones.

La Eucaristía es el centro y culmen de nuestra fe, por ello, deseo compartir con vosotros lo que es la misa, como decimos coloquialmente, si bien, ya sabemos que en unas líneas no se puede agotar el manantial infinito de amor que emana de ella.

Es cierto que Jesús, nuestro Señor, celebró la Última Cena con sus discípulos y en ella nos dijo: HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA. Y este mandato lo cumplieron inmediatamente después de la resurrección del Señor. Los primeros cristianos, reunidos por las casas, celebraban la Fracción del Pan, así lo narra el libro de los Hechos de los Apóstoles. Desde entonces, siempre y de una manera ininterrumpida, la Iglesia ha celebrado la eucaristía, la misma que celebró nuestro Señor Jesucristo.

Pero, ¿qué es la eucaristía?, ¿qué celebramos en ella? Mirad, lo que celebramos en cada eucaristía es toda la vida de Jesús: su amor, entrega, sacrificio, misericordia, cruz, resurrección… toda su vida. En la eucaristía es Cristo mismo el que se da. Pensad bien esto, la eucaristía, no es una simple repetición de unos ritos, sino la actualización del amor de Jesucristo entregado hasta el extremo por todos nosotros. Y porque Cristo ha resucitado y nos ha dado su Espíritu Santo, podemos participar ahora de su vida en cada misa. No comulgamos con ningún muerto, sino con el Viviente. Por ello, la participación dominical en la misa, no debe ser una obligación, sino una necesidad imperiosa de nuestra vida cristiana, un deseo fuerte de nuestro corazón para el encuentro con Cristo y con los hombres, nuestros hermanos.

Así pues, os invito a revalorizar la eucaristía como un sacramento fundamental de nuestra vida cristiana. Al mismo tiempo, os animo a la participación en la misa dominical. No tengáis miedo, el Señor os está esperando con los brazos abiertos.

Con todo cariño, vuestro sacerdote, Jesús Cano.

 

LA VIDA

Queridos amigos: gracia y paz en el Señor.

La vida. Sí, la vida de cada uno en particular. ¡Qué cosa!, sin darnos cuenta se nos va como el agua entre las manos. La vida no se puede retener. Pasan los días, las semanas, los meses, los años, como que no quiere la cosa, uno se da cuenta que ha alcanzado los veinte, los cuarenta o los sesenta años… Aparecen las calvas en el pelo, las entradas en la frente, los achaques, los cansancios… Es la vida que va transcurriendo en el tiempo sin que nosotros se lo podamos impedir.

Si todo esto sucede en nuestra vida externa, también es verdad que hay otra vida en nosotros donde acontecen los acontecimientos más profundos: la vida interna. La que discurre, no sólo en el tiempo cronológico, sino en el “tiempo” psicológico, humano y espiritual. A esto me quiero referir a continuación.

La vida humana, no sólo es cuerpo material y biológico, sini también espiritual. Y es aquí donde radica lo más importante del hombre. Es aquí, en la vida interior, donde percibimos el sentido profundo de nuestra vida. Por ello, cabe preguntarse lo siguiente; ¿Qué hemos de hacer para vivir más a gusto, más contentos y alegres? Muchos piensan que teniendo más dinero, salud o que nos toque la primitiva o algo parecido. Pero, si lo pensamos un poco, ¿creéis de verdad que todo esto es el fundamento de nuestra felicidad? Entonces ¿por qué cuanto más dinero tenemos no somos más felices?... ¿Dónde, pues, se encuentra la felicidad?

Está claro que la felicidad no pertenece al orden de las cosas materiales. El ser feliz es el saberme amado, querido y perdonado infinitamente. El ser feliz es haber encontrado el sentido de mi origen y mi destino, y entre medias vivir desde y para el Amor que me ha creado y me sigue recreando. Y esta vida me la da Jesucristo por el Espíritu Santo. Jesucristo es el que tiene y da la verdadera VIDA y SALVACIÓN. Y cuado decimos salvación queremos decir que Él nos saca de nuestras infelicidades, es decir, de nuestros cansancios, rutinas, fracasos; nos saca de nuestros pozos oscuros, de nuestras vidas cansadas, desalentadas; nos saca de la soledad, del vacío o sinsentido de la vida; nos saca de la tristeza y de la angustia, del desencanto y la indiferencia.

Queridos amigos, el objetivo principal de la persona de Jesucristo, de su muerte y resurrección, no es otro que darnos  su vida y su VIDA y AMOR infinito. Por eso nos dirá ÉL: “YO HE VENIDO PARA QUE TENGÁIS VIDA Y VIDA EN ABUNDANCIA”.

Así, pues, os invito a que, en esta vida tan loca y turbulenta, donde los grandes valores de la vida y de la fe se quieren camuflar, esconder o tapar, vosotros y yo nos invitemos continuamente a volver continuamente a Aquel que es la VIDA y SALVACIÓN. Se llama  JESUCRISTO. Abrid vuestros corazones a Él, desearle, ansiarle, buscarle. Nunca es tarde para Él, y nunca os dejará vacíos.

Os deseo de todo corazón vuestra felicidad. Rezo por todos.

Recibid un abrazo cariñoso.

Vuestro sacerdote.
Jesús Cano.

LA SOLEDAD DEL HIJO ENCARNADO Y RECHAZADO

“Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron” Jn 1,11

Queridos amigos: el amor y la paz de Jesucristo esté con vosotros.
Ya estamos en Adviento y se acerca la Navidad, tiempo litúrgico, que nos recuerda la venida de Jesús a nuestra historia y a nuestra vida, y a esto lo llamamos Encarnación, es decir, que Jesús, el Hijo de Dios, se ha hecho hombre como nosotros, naciendo de una mujer como nosotros. Esto es la Encarnación.
Como veis el título contiene una palabra esencial para esta carta: LA SOLEDAD. Sí, quisiera hablaros de la soledad de Jesús y su rechazo.


Comienzo por deciros que, al hablar de la soledad de Jesús, hablamos de una soledad muy concreta y dolorosa: es la soledad del amor. ¿Qué quiere decir esta soledad del amor en Jesús? Pues se refiere a la soledad de no ser amado, de no ser querido, de no ser comprendido por los suyos, de ahí que el evangelista Juan diga de Jesús que vino a los suyos, y los suyos no le recibieron. Este es el drama humano de Jesús. Él, que es el amor infinito de Dios Padre; Él, que entregó a los demás toda su vida por amor; Él, que pasó siempre haciendo el bien, ni es querido ni aceptado por los suyos, más aún, es rechazado violentamente con odio hasta llevarle a la cruz.


Supongo que vosotros, al igual que yo, os identificáis con este aspecto doloroso de la vida de Jesús: la soledad del amor. Ciertamente, es fácil comprender esta soledad de Jesús, porque la mayoría, por no decir todos, lo hemos experimentado en nuestra propia carne y por los nuestros, y esto es lo más doloroso. La soledad más dolorosa es precisamente esta: la soledad del amor.

¿Por qué es la más dolorosa? Pues, sencillamente, porque cuando tú lo único que has hecho ha sido ofrecer y entregar amor, la respuesta de los tuyos hacia ti es la incomprensión y el rechazo. Este desagradecimiento ocasiona tal dolor en lo más íntimo de nuestra existencia, que genera en nuestras vidas: la soledad del amor.
Pensad, por ejemplo, en padres que sienten el desamor y la lejanía de sus hijos; la frialdad de corazones entre los esposos; no digamos las rupturas de amor entre hermanos o la indiferencia de nietos con abuelos. Todo esto, los desamores, los odios, rencores y hasta los rechazos del corazón de los nuestros, nos dejan abatidos y sin fuerza en el corazón, es la soledad del amor.
Queridos amigos, no quiero terminar esta carta sin deciros que acojáis en vuestra alma el amor gratuito y abundante de Jesucristo. Él os ama porque es el amor infinito y eterno de Dios Padre. Él nunca te abandonará. Nunca. Y cuando vivamos este amor de Jesucristo en nosotros, entonces y sólo entonces, nuestros corazones se volverán agradecidos con aquellos que nos quieren, y también con aquellos que no nos aman o han rechazado. El amor de Jesucristo vence toda soledad y rechazo amoroso.


No os olvidéis nunca de la Virgen María, ella también experimentó la soledad del amor hacia su Hijo, por eso ella es fuente de consuelo y esperanza nuestra. 

Con todo afecto y cariño, vuestro sacerdote, Jesús Cano, que ora por vosotros.

 

ESTÁ VINIENDO Y LLEGA
Adviento-Navidad

Queridos amigos: paz y esperanza.

De nuevo con vosotros, pero ahora para hablar del Adviento y la Navidad. El Adviento es el tiempo litúrgico que vivimos antes de la Navidad. Significa que Alguien viene, está viniendo, se acerca a nosotros. Ya lo entendéis, me estoy refiriendo a Jesús, nuestro Señor. Él está viniendo continuamente, Jesucristo no es alguien del pasado ni del futuro, es de hoy, de ahora, y para nosotros, para nuestra historia y nuestro mundo tan sufriente y necesitado de salvación.


En el evangelio de San Lucas, el profeta Juan el Bautista nos grita diciendo: “Preparad el camino al Señor”. Pero, ¿a quién tenemos que preparar el camino? Y también, ¿cómo tendremos que preparar el camino?


Queridos amigos, dejadme que os dé algunas posibles respuestas. Está claro que aquél a quien preparamos el camino es a Jesucristo, ya que Él mismo es el que toma la iniciativa de venir a nosotros; y, nosotros, claro está, anhelantemente queremos prepararle el camino, esto es, prepararle la vida a fin de que entre dentro de nosotros. Sí, dentro de nosotros. En definitiva, el Adviento es el ENCUENTRO de Dios con cada uno de nosotros y con todos. Y el encuentro se produce porque Dios sale de sí mismo hacia nosotros y nosotros hacia Él. Y, ¿cómo salir nosotros hacia Él?, es decir, ¿cómo preparar el camino? Pues muy sencillo, abriéndole nuestro corazón con humildad, deseándole con toda nuestra fuerza, buscándole con todo el alma. Estoy seguro que si esto lo vivimos así, entonces Dios llegará hasta nosotros con todo su amor. Y, cuando este encuentro se produce, entonces celebramos la Navidad, esto es, el nacimiento de Dios en nuestras vidas - bien distinto de la navidad consumista que nos ponen por la televisión- ; y si la Navidad es Dios que ha entregado su vida por nosotros, nosotros debemos entregar también nuestras vidas por los hombres. El Papa Benedicto XVI hablando del Adviento, nos dice: “Dios desea encontrarnos, visitarnos, quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Este «venir» se debe a su voluntad de liberarnos del mal y de la muerte, de todo aquello que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos”.


Para terminar, permitidme, con toda humildad, haceros desde estas líneas un llamamiento a vuestra generosidad a fin de compartir con los pobres. Conozco a misioneros que están en distintos lugares del mundo pasándolo muy mal. Si realizamos estos gestos estaremos muy cerca de vivir una verdadera Navidad de Dios, porque Dios, a través vuestro, habrá visitado el mal para convertirlo en bien, en Navidad.


Finalmente, desearos una Navidad de Amor y Paz para cada uno y vuestras familias.

María, Madre de la esperanza y del consuelo, ruega por nosotros.

Jesucristo os bendiga con su amor encarnado.

Jesús, vuestro sacerdote

 

LA VIDA

Queridos amigos: la Vida de Dios esté con vosotros.


No sé porqué, después de haber estado orando un rato, me siento inclinado a escribiros para compartir con todos vosotros, con los mayores y también con los jóvenes, la vida y la fe en nuestro Señor Jesucristo.


La vida. Sí, la vida, la de cada uno en particular. ¡Qué cosa!, sin darnos cuenta se nos va como el agua entre las manos. La vida no se puede retener. Pasan los días, las semanas, los meses, los años; y poco a poco, como que no quiere la cosa, uno se da cuenta que ha alcanzado los veinte, los cuarenta, los sesenta o setenta años. Aparecen las calvas en el pelo, las entradas en la frente, los achaques, cansancios... Es la vida que va transcurriendo en el tiempo sin que nosotros se lo podamos impedir.


Si todo esto sucede en nuestra vida externa, también es verdad que hay otra vida en nosotros donde tienen lugar los acontecimientos más profundos: la vida interna. La que discurre, no sólo en el tiempo cronológico, sino en el “tiempo” psicológico, humano y espiritual. A esto me quiero referir a continuación.
La vida humana, no sólo es cuerpo material, biológico, sino también espiritual. Y es aquí donde radica lo más importante del hombre. ¡Cuántas veces en nuestra vida no han aparecido nostalgias, cansancios, desencantos!, ¡Cuántas veces nos hemos arrepentido de cosas que hemos hecho! ¡En cuántas ocasiones han aparecido momentos tristes por no haber alcanzado mayor felicidad; plenitud de vida, por no haber tenido más paz y alegría! En fin, nos damos cuenta de nuestras finitudes, caducidades e impotencias para cambiar el ritmo interior de nuestra vida.


Pero en medio de nuestra existencia, a veces un poco melancólica, dejadme que pronuncie el clásico refrán: “Si la dicha es buena, más vale tarde que nunca”. Y, ahora, cabe preguntarse ¿qué hemos de hacer para vivir más a gusto, más contentos, felices, alegres? Quizás alguno piense que teniendo más dinero, mejor trabajo o no trabajar, teniendo más posibilidades para disfrutar en la vida, mejor salud, que nos toque la bono loto o algo parecido. Si lo pensamos un poco fríamente, ¿creéis de verdad que todo esto es el fundamento de nuestra felicidad? Entonces, ¿por qué cuanto más dinero tenemos no somos más felices? ¿por qué no somos más felices, a pesar de que no nos falta de nada, (más bien nos sobra de todo), por qué no somos más felices a pesar de nuestras buenas, grandes y confortables casas, de nuestros mejores coches...? ¿Dónde, pues, se encuentra la felicidad?


Está claro que la felicidad no pertenece al orden de las cosas materiales. El ser feliz es el encontrarse a gusto con uno mismo, el haber encontrado sentido a la vida, a lo que soy y lo que hago, el saberme amado, querido y perdonado infinitamente. El ser feliz es el haber encontrado el sentido de mi origen y mi destino, y entre medias vivir desde y para el Amor que me ha creado y me sigue recreando. Tengo un sentido pleno para vivir.   Esta conciencia de vida me la da JESUCRISTO. Jesucristo es el que tiene y da la verdadera VIDA. Jesucristo es nuestro único Salvador. Y cuando decimos salvador queremos decir que Él nos saca de nuestras infelicidades, es decir, de nuestros cansancios, rutinas, fracasos; nos saca de nuestros pozos oscuros, de nuestras vidas agotadas, desesperanzadas, de la soledad, del vacío o sinsentido de la vida; nos saca de la tristeza y de la angustia, del desencanto y la indiferencia. Y nos saca de todo esto para incorporarnos a su VIDA y su AMOR.


Queridos amigos, el objetivo principal del nacimiento de Jesucristo, su anuncio, muerte y resurrección, no es otro que el darnos la VIDA. Por eso nos dirá Él: “YO HE VENIDO PARA QUE TENGÁIS VIDA Y VIDA EN ABUNDANCIA”.


Así pues, os invito a que, en esta vida tan loca y turbulenta, donde los grandes valores de la vida y de la fe se quieren camuflar, esconder o tapar, vosotros y yo nos hagamos partícipes de una buena dicha: volver continuamente nuestro rostro a Aquel que es la VIDA y la SALVACIÓN: se llama JESUCRISTO. Abrid vuestros corazones a Él, desearle, ansiarle, buscarle. Nunca es tarde para Él, y nunca os dejará vacíos.


La Virgen María, que llevó la Vida en su útero materno, ruegue por nosotros.
Os deseo de todo corazón vuestra felicidad. Rezo por vosotros.


Recibid un abrazo cariñoso de este, vuestro sacerdote, que también camina y desea ardientemente la felicidad de Dios.

Jesús Cano.

NACER DEL ESPÍRITU SANTO

Queridos amigos: el amor de Dios derramado por el Espíritu Santo esté en vuestros corazones.


En cierta ocasión, Jesús dijo a un hombre llamado Nicodemo, lo siguiente: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). Esta es la respuesta que Jesús da a Nicodemo; hombre con grandes inquietudes e interrogantes ante la figura de Jesús, rico y maestro de la ley.


Y ciertamente, la contestación que Jesús le da para poder descubrir su vida y su persona es rotunda: “Hay que nacer del Espíritu”. Es decir, que para comprender el misterio de la fe, conocer la Salvación de Dios, vivir en la Iglesia, entrar en el Reino de Jesucristo, etc., no son suficientes las solas capacidades humanas, por eso, para los que miran solamente con ojos mundanos, las verdades de la fe quedan ocultadas. De ahí que Jesús repita una y otra vez a Nicodemo que hay que nacer del Espíritu, es decir, de lo Alto.


Recuerdo, antes de mi conversión, ¡cuántas veces me habían hablado de Dios, de Jesucristo, de la Iglesia... y no entendía nada!. ¡Cuántas veces había oído hablar de la Eucaristía, los sacramentos, la Palabra de Dios… y no me daban vida!. Sólo el Espíritu Santo pudo abrirme estos secretos a mi inteligencia. Este proceso es como un gran milagro. Es un nacer de nuevo porque lo que sucede en ti es una vida nueva, con una visión nueva y distinta, con una comprensión nueva, y en definitiva, es la novedad de la fe.


La luz de la fe que produce el Espíritu Santo en nosotros cambia nuestra mirada sobre Dios, sobre la Iglesia, sobre los otros y sobre nosotros mismos. Por eso tiene tanta importancia pedir al Espíritu Santo que venga sobre nosotros. Sólo Él nos hace ver y comprender con verdad las cosas de Dios, además de llenarte de alegría, paz y amor.


Le doy gracias a Dios por haber recibido esta luz interior que me ha desvelado el misterio de Dios, del hombre, de la Iglesia y del mundo para verlo con los ojos de Dios. Es una experiencia única que abarca todo mi ser; Él me ha hecho nacer de nuevo y me hace vivir de Dios y para Dios.


María, que engendró a Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo, interceda por nosotros.


¡VEN ESPÍRITU SANTO!

Con todo afecto, vuestro sacerdote, Jesús Cano.

 

JESÚS, EL SEÑOR, ESTÁ VIVO

Ya sabemos que durante cincuenta días, toda la Iglesia celebra de un modo especial la gran verdad para la historia de la humanidad y todo ser humano: Jesús, el que murió en la cruz, está vivo, ha resucitado.


Sí, ya sé que esta noticia dicha así, puede sonar a hueca y vacía, a aprendida y sabida, y además, ¿qué cambia en mi situación personal? Nada. Es decir, que seguimos con lo mismo: uno enfermo, el otro en el paro, otros con problemas sin solución, dolores, angustias… En fin, que el hecho de que me digan que Jesús está vivo, parece a simple vista no tener la fuerza ni el poder para mejorar mi vida. Y, sin embargo, esta verdad de la resurrección de Jesús, ha sido y seguirá siendo lo que ha movido y mueve los corazones de tantos hombres y mujeres para entregar su vida hasta la muerte. Luego, algo ha pasado en sus vidas.


Desde luego es maravilloso creer que Jesús haya resucitado y se haya aparecido a los discípulos, a las mujeres, y otros muchos, porque, entre otras cosas, quiere decir que todo lo que Él dijo e hizo es verdad y, por tanto, puedo creerlo. Si Cristo no hubiera resucitado, todo sería mentira, y, entonces, qué pinto yo escribiendo estas cosas. Pero, no, ¡Cristo está vivo!.


Y si está vivo, algo tiene que suceder dentro de mí. Porque la vida de Dios está dentro de ti. Si lo quieres probar, no tienes más que hacer silencio en tu interior, cierra los ojos, entra dentro de ti, pide al Espíritu Santo que te ilumine con su Luz y verás la Gloria de Dios. Pero hazlo de veras, con toda la verdad de tu vida y pídelo con todo tu corazón, una y otra vez, no desesperes. Por favor, pon un granito de fe, sólo un granito, no se te pide más. Hazlo con toda humildad y sinceridad y ya verás cómo ocurre algo dentro de ti.


En este momento, te vendrán tentaciones de todo tipo. Llegarás a pensar que estás perdiendo el tiempo, que es una bobería y una farsa. Pero te digo una cosa, si insistes como te he dicho, una luz brillará dentro de ti y experimentarás con sorpresa que Jesús te ama, te quiere, te apoya, te fortalece, está contigo; y sentirás serenidad, paz, dulzura de carácter y otros frutos abundantes de parte de Dios. Entonces, te darás cuenta que sigues con la misma enfermedad o problema, pero ahora Jesucristo lo vive contigo, y esto lo cambia todo. Dios vive en tu alma y sin duda alguna, Él te ayudará.


Recuerda siempre lo que nos dijo el Señor: Yo estaré con vosotros todos los días de vuestra vida. Confiemos plenamente en Él.


Mi oración sincera por todos los que leéis esta reflexión. Sólo Dios puede cambiar los corazones.


¡Feliz Pascua de Resurrección del Señor!.

Un abrazo muy grande de este sacerdote, Jesús Cano.

 

CUARESMA: LLAMADA A CREER

La cuaresma es un tiempo oportuno que la Iglesia nos pone cada año para darnos cuenta, cada vez más, lo que significa creer en el Evangelio.
Quizá, los cristianos debemos reprocharnos un poco el carácter débil, pobre y hasta desesperanzado y poco ilusionante que vivimos en estos momentos de nuestra fe. Constatar esta realidad, no es motivo para decaer en el pesimismo, sino todo lo contrario, en renovar y purificar nuestra fe y credibilidad en el Evangelio salvador de Jesucristo, el Hijo de Dios vivo. Puesto que el Evangelio es Buena Noticia, es alegría y creatividad.


Entonces ¿qué es creer? A parte de todos los libros que se puedan escribir para llenar de contenido esta palabra, yo, simplemente, comparto algo de lo que quiero vivir más y mejor.


Cuando Jesús dice: “creed en el Evangelio” (Marcos 1, 15), nos está diciendo que con él ha llegado ya lo definitivo, la verdad absoluta, lo que estábamos anhelando y esperando, y que ya no tenemos que aguardar otra palabra, ni buscar en otros lugares. En consecuencia, creer es darnos cuenta de que ya, ahora, podemos abrirnos al Dios vivo y verdadero, de que todo se ha cumplido, de que el proyecto está terminado y que lo único que queda es acogerlo y hacerlo realidad con nuestra vida personal y comunitaria. Creer es aceptar la obra de la salvación realizada en ti y en mí; que el poder de Dios sigue vigente y que Jesús sigue llamando a través nuestro a los pobres, marginados y pecadores, y los llama para integrarlos en su Reino de amor. Y, si Jesús nos dice: “El tiempo está cumplido” (Mc 1, 15), entonces, ¿a qué esperamos?


Ciertamente, que para arriesgarnos a llevar a cabo el proyecto de Jesús, únicamente lo podemos realizar desde la fuerza y garantía de la Resurrección del Señor, que vive entre nosotros. Esta fe en la resurrección de Jesús es la que nos abre el horizonte con una ilusión nueva y renovada por la fuerza de su Espíritu Santo que ha sido derramado en nosotros. Este estar asidos a Jesucristo, que nos contiene y nos abarca, nos posibilita luchar siempre contra toda esperanza. Así lo pone de manifiesto el profeta Habacuc: “Aunque la higuera no eche sus brotes, ni den su fruto las viñas; aunque falle la cosecha del olivo, no produzcan nada los campos, desaparezcan las ovejas del aprisco y no haya ganado en los establos, yo me alegraré en el Señor, tendré mi gozo en Dios mi salvador. El Señor es mi señor y mi fuerza; él da a mis pies la ligereza de la cierva y me hace caminar por las alturas” (3,17-19).


Así pues, respondamos con alegría y confianza a esta llamada de Jesús a la conversión y a creer en el evangelio, y esto es vivir la Cuaresma.

Vuestro amigo y sacerdote, Jesús Cano

 

FELICITACIÓN DE NAVIDAD

Queridos amigos: la misericordia y la paz de Jesucristo sean con vosotros.


Llevaba unos días pensando cómo felicitaros en esta Navidad ya cercana. Mi deseo es que estas líneas sirvan para transmitiros mis mejores deseos a todos. Pero antes, permitidme que os hable un poco de lo que yo creo que es la Navidad cristiana.


Si preguntamos a alguien qué es la Navidad, la mayoría lo asocia a cosas puramente externas: luces, adornos, regalos, cava, turrones, fiestas... Es lo que se ve en los anuncios de la TV. y en la calles de nuestras ciudades. Pero esto no es la Navidad; esto sólo es la cáscara, la fachada... Si bien, a nadie le amarga un dulce, ¿verdad?. 


Comprendo perfectamente, que al llegar estas fechas tan entrañables y familiares nuestra mente y corazón se llenen de recuerdos tristes por nuestros seres queridos que ya pasaron a la casa de nuestro Padre Dios, y comprendo también que suframos la soledad y el desconsuelo por los problemas que vivimos en lo más profundo de nuestro corazón y que sólo Dios sabe. Por todo ello, no podemos evitar que se escapen algunas lágrimas por nuestras mejillas. No os preocupéis, cuando lloramos el alma se alivia. 


Sin embargo, dejadme que os diga algo más, queridos amigos. La Navidad verdadera, la auténtica, la cristiana, es aquella en la que el amor que Dios nos tiene se acerca a ti, más aún, está en ti. Sí, la Navidad es el amor misericordioso del Dios bueno, compasivo, lleno de ternura que se acerca a tu corazón y te dice: “no estás solo, querido hijo/a. Yo, tu Dios, estoy a tu lado, de día y de noche. Te amo y cuido de ti. Conozco tu nombre y lo que te pasa. Sé de tus sufrimientos y por eso quiero nacer en tu corazón. Yo, el Señor, he venido a ti para ser tu Salvador. Te quiero y te amo por toda la eternidad. No lo olvides nunca.”


Tengamos presente que, cuando uno siente cercano a Dios, ya no te sientes tan solo, porque Él está contigo, y los miembros de tu familia, y también los amigos. Unos a otros nos queremos y apreciamos. No lo olvides nunca.


Así pues, os invito a todos a ser Navidad para otros. A cada uno de nosotros nos agrada un saludo cercano, una palabra agradable, una sonrisa, una palmada de ánimo en la espalda, un abrazo, un beso, un pequeño compartir solidario con los demás… Son muchos los gestos pequeños que podemos realizar con los demás y que nos hablan del Dios-Amor que ha nacido para todos. Asimismo, la Navidad es una invitación a limar posibles rencores y asperezas, rechazos y enemistades, con los que tienes a tu lado, con tu familia y los que están lejos, porque así lo quiere Dios, que nació de María en Belén.


Queridos amigos, espero que estas palabras que os dirijo con todo mi afecto os sirvan de paz y esperanza para vivir estos días de navidad con alegría cristiana. Os deseo de todo corazón una feliz Navidad de Dios. Por favor, transmitiros unos a otros los mejores deseos de amor y felicitación en estos días. Rezo también por todos los que leéis esta felicitación, por favor, no os olvidéis de rezar por mí y por los míos.


La Virgen María, madre de Jesús, sea también para nosotros la Madre que nos protege y cobija bajo su manto amoroso e interceda ante su Hijo por todos nosotros.

Vuestro sacerdote y amigo, Jesús Cano

 

EL HOMBRE SE ALEJA, DIOS SE ACERCA

El título me viene sugerido por la parábola de la oveja perdida que pronuncia Jesús a los fariseos, cuando éstos le calumnian porque acoge a los pecadores. Ya sabéis que la parábola cuenta que un pastor deja noventa y nueve ovejas en el redil, al resguardo, y va en busca de la que está perdida, sola y herida, es decir, es una oveja que se ha alejado del pastor. El mensaje de la parábola es sencillo, cada uno de nosotros somos como esa ovejita distraída que, alejándose del buen pastor, que es Jesús, nos hemos quedado solos a merced de cualquier peligro.


Es frecuente ver en nuestra sociedad, cómo, de una forma paulatina, muchas personas se van alejando de Dios, de la Iglesia y de todo lo religioso. Este alejamiento no debe extrañarnos del todo. Ya, desde los comienzos bíblicos, lo tenemos descrito en el pecado de Adán y Eva. Ahí, se nos pone de manifiesto, cómo el hombre es alguien que en muchas ocasiones, siente el deseo de alejarse de Dios, de vivir sin Dios, es decir, de vivir desde su propia autonomía; sencillamente, porque tiene la idea de que Dios le puede coaccionar, coartar, limitar su libertad. Esto suele ocurrir cuando por libertad entendemos el hacer lo que uno quiera, cuando quiera y donde quiera.


Pues bien, la reacción de Jesús, no es el olvido o la indiferencia ante aquellos que se han alejado de Él, sino que sale en busca de cada persona. Y sale en su busca, porque sabe que ese corazón alejado de Él, está en peligro de perder su vida interior, su dignidad, si es que no la ha perdido ya. El hombre, viviendo sin Dios, no encuentra el verdadero sentido de la vida, de la creación, de la historia, de la transcendencia, y como consecuencia vive una especie de amargura, de desolación, de tristeza, de rutina diaria que le agota hasta perder la esperanza en todo y en todos.


La verdad es que no nos damos cuenta de esta lejanía tan penosa hasta que no experimentamos la cercanía y el encuentro con Dios. Y cuando nos invade esta presencia de Dios en nuestras vidas, comprendemos que Dios es Aquél que sale en busca de mí. Yo soy tan importante para Dios, que Él, personalmente, sale a por mí. Y todo porque yo soy criatura suya. Soy aquél por el que Jesús dio su propia vida. Soy pertenencia y propiedad de Él. Dios me ha amado primero, por eso sale en mi busca, sale a mi encuentro, y se acerca hasta mí para acogerme y subirme sobre sus hombros de Buen Pastor.


Pero todavía hay más. No sólo me lleva sobre sus hombros, sino, que todos mis pecados son perdonados por la sobreabundancia de su Amor infinito. Ya lo dice San Pablo: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5,20), es decir, el amor y la salvación gratuita de Dios.


Así pues, abrámonos con sencillez y humildad a este Amor incondicional que sale en busca de cada uno de nosotros para entregarnos la Vida que no tiene fin. La parábola termina con la alegría plena del Pastor: “Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido…” (Lc 15,6). Esta alegría es sentida por el hombre al sentir el “Corazón” de Dios en lo más íntimo de su vida. Dios está muy cerca de nosotros.


María, causa de nuestra alegría, ruega por nosotros.

Vuestro amigo y sacerdote, Jesús Cano

 

DIOS ES AMOR

En muchas ocasiones me encuentro con personas que tienen un concepto equivocado de Dios. Por ejemplo, unos ven a Dios como si fuera un juez castigador y exigente, otros ven a Dios como si fuera una cosa para niños, ancianos, curas y monjas, y no falta quien piensa que Dios es una invención humana o cosa por el estilo. En fin, independientemente de la opinión que tengamos acerca de Dios, lo cierto es que Dios siempre ha estado en el corazón y la mente del hombre, unas veces para negarlo y otras, para afirmarlo.
En este momento, es bueno que acudamos a la Sagrada Escritura. En ella leemos en la primera carta de San Juan lo siguiente: “DIOS ES AMOR” (4,8). Creo que no podemos encontrar una definición más breve y densa que esta: Dios es amor. Si hiciéramos un estudio detenido por toda la Biblia, desde el inicio al fin, nos daríamos cuenta de que esta gran verdad del amor de Dios se hace presente en toda la historia sagrada y se ha manifestado en plenitud en Jesucristo. Sí, Jesucristo es el que nos ha revelado quién y cómo es Dios. Lo hemos visto realizado en sus gestos y palabras y, por eso, podemos decir: Dios es en su esencia, amor. El amor le pertenece a Él de un modo único. Es que Dios nos ama de una forma única e irrepetible a cada uno de nosotros. Y este amor de Dios es lo que da sentido a toda nuestra vida. Por este motivo, como diría San Pablo, “nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios”. Nada ni nadie nos puede alejar de este amor, más bien, sucede lo contrario, este amor de Dios habita en el corazón del hombre. De nuevo San Pablo nos dice lo siguiente:“el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rom 5,5). Cierto, el mismo amor de Dios derramado en nuestras vidas, porque no sólo somos materia, sino también espíritu y alma. Y, Dios en su infinita misericordia ha querido compartir su propia vida en nosotros.
Estas cosas que hablamos del amor de Dios no son teoría, sino que forman parte de lo más profundo de nuestra existencia, es decir, que el amor de Dios es algo que se vive y se siente en nuestras vidas, por eso, el hombre que ha pasado por esta experiencia de sentirse amado por Dios no le cabe ninguna duda de su existencia. Un gran pensador, Romano Guardini, expresa de forma bella lo siguiente: “En el hombre que se une a Aquél que vive eternamente, ocurre un milagro. Despierta en él una nueva vida y le es dado hacer, en la debilidad de su finitud, lo mismo que hace Dios”.
Si  bien esto es cierto, no podemos olvidar que el hombre, en muchas situaciones difíciles de su vida, se ve desgarrado interiormente por la impotencia ante el sufrimiento, el dolor o la muerte trágica de sus seres queridos. Ante estas situaciones límite,el amor de Dios sigue actuando en nosotros dándonos consuelo y esperanza. Confiemos plenamente en este “amor de Dios que es eterno” (Salmo 103,17)

Un saludo cariñoso de este sacerdote que vive del amor de Dios.

                                                      Jesús Cano

FE

La fe comienza con el encuentro personal con una persona: Jesucristo. Y, al decir encuentro, nos referimos a algo vivo, que se siente, palpable, experimentable, que entra en comunicación conmigo. Es un encuentro con Alguien vivo, con el amor verdadero, desbordante e infinito de Dios.
Este encuentro amoroso produce en el hombre una transformación total en su vida. Comienza así una nueva manera de pensar, ver, sentir y vivir. La fe es como una luz nueva con la cual caemos en la cuenta de que Dios vive en mí. Y esta vida de Dios en mí es la que produce este cambio nuevo  para pensar, ver, sentir y vivir como Jesucristo. A esto, es lo que el Evangelio llama conversión, es decir, cambio de mentalidad. Y es que Dios lo cambia todo. Ahora Dios ocupa el centro de todo: de la creación, de la historia, y del alma del hombre.
Es por ello que, cuando hablamos de la fe, nos refiramos a ella como un don, una gracia. Es decir, que no es fruto ni del esfuerzo personal, ni de la inteligencia o saber humano, sino un regalo venido de Dios mismo y como buenos hijos de Dios debemos, en todo momento, estar agradecidos a Él porque por la fe cristiana, damos sentido a nuestra vida.

Vuestro sacerdote, Jesús Cano.

 

TESTIMONIO DE UNA JOVEN HONDUREÑA

Voy a relatar brevemente mi vida antes y después de mi bautismo.
Mi vida antes del bautismo no fue fácil y  el no tener a Dios en mi vida me hizo vulnerable a la maldad de  este mundo. Tenía una vida vacía, atormentada, sin amor y sin esperanza;  no sabía  a dónde ir.
Muchas veces me preguntaba dónde estaba Dios, por qué permitía que me pasaran todas estas cosas. Le recordaba que soy buena y que hacía cosas buenas por los demás. ¿Por qué yo no podía recibir lo mismo? Con todo esto mi fe y creencia en Dios se fueron apagando poco a poco porque me sentí olvidada por Él. Una noche me senté en mi cama con una ansiedad que agobiaba  mi corazón y le pregunté en alta voz que dónde estaba, que por favor escuchara mis oraciones, que tuviera misericordia de mí, porque lo necesitaba en mi vida. Y Dios, al que yo de alguna manera le reprochaba su abandono, me respondió haciendo el milagro más hermoso de mi vida.
Debo decir que yo ya había tenido un encuentro muy especial con Él, solo que lo había olvidado o no podía verlo porque el pecado no me dejaba ver. Realmente, Él nunca me abandonó, fui yo quien se alejo de Él; siempre estuvo conmigo porque, de no ser así, no hubiera podido sobrevivir a esta vida llena de fracasos. Un día me demostró su amor: puso en mi vida a las dos personas que me conducirían al maravilloso encuentro personal con Él y con su Hijo Jesucristo vivo. Fue entonces cuando entendí su amor.
Qué maravilloso es que haya personas dispuestas a rescatarnos de ese mundo oscuro en el que se encuentran nuestras vidas sin Dios. Ese día entendí muchas cosas de su primer encuentro conmigo. Con la enseñanza de las catequesis recibí esperanza y una fe más profunda en Dios. El bautismo es el camino que me permitió tener el encuentro directo y personal con Dios y mi Salvador Jesucristo; es lo que siento en mi corazón.
El momento en que el obispo me dijo: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, fue para mí la emoción más hermosa que he experimentado en mi vida. Por un instante sentí que estaba Dios ahí, en presencia y  a mi lado, diciéndome: “Hija, estoy aquí y te he perdonado porque te amo”. Tuve que hacer un gran esfuerzo por no llorar de la emoción tan grande que en ese momento llenó mi alma.
El momento de recibir el Cuerpo y Sangre de Cristo es sin duda el más hermoso que he experimentado en mi vida: sentí, por primera vez, que mi vida tenía sentido, porque he resucitado con Cristo, me ha regalado la salvación y tengo una vida junto a Él.
Ahora me queda  seguir fortaleciendo mi fe cada día y creciendo en la comunidad cristiana.
DIGO CON COMPLETA FELICIDAD  QUE CRISTO VIVE Y YO VIVO CON ÉL. AMEN

Jadhira

FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN

Queridos amigos: gracia y paz.
¡Felices Pascuas!. Sí, ahora también son felices pascuas, y no sólo las de Navidad. La resurrección del Señor también es una Pascua. La palabra pascua quiere decir “paso”. Pero ¿paso a dónde? Pues, es el paso de la muerte a la vida. De Jesús muerto por nosotros a la resurrección y la vida sin fin también por nosotros. Paso de la oscuridad y la tiniebla a la luz y el resplandor. En fin, paso del odio a la vida, del aburrimiento a la inquietud, del descontento a la alegría interior, etc. Por eso os deseo muy ¡FELICES PASCUAS DE TODO CORAZÓN! Porque Dios es nuestra victoria de todo y por todo.
Durante este tiempo de la Pascua, que son 50 días, en la misas leemos los diferentes relatos donde se nos narra la experiencia primera de Jesús resucitado en medio de los apóstoles, discípulos, mujeres, y pueblo en general. Me llama la atención las actitudes, las formas y expresiones de esta gente. Lo que quiero decir es que, ante la presencia de Jesús resucitado, muchas veces no ven claro quién es, otras veces le confunden con cualquiera, otras sienten miedo creyendo que es un fantasma, y otras no terminan de creer lo que están viendo. La verdad es que no es para menos. ¿Quién va a creerse a primera vista que Aquél a quien habían visto morir en una cruz, después le iban a ver en medio de ellos vivo y resucitado?. Es incomprensible para la mente humana. ¿No pensáis también esto vosotros? Sin embargo, es verdad: Jesucristo está vivo y resucitado para siempre. Y si no, ¿cómo aquellas pobres gentes, agarrotadas y con miedo a todo bicho viviente, iban a dar la vida en el martirio? ¿Serían capaces de dar la vida por un muerto que no tiene ninguna trascendencia histórica?, ¿serían capaces de morir por un “chalado”, según los jefes religiosos y políticos, donde los únicos que le han seguido han sido los pobres y desechados de la sociedad, gente sin importancia?
Esto es impensable ¿no os parece? Lo más fácil de creer es que Jesús ha resucitado y que tuvieron una experiencia inconfundible de la presencia viva de Jesús. Aquello fue tan palpable que no les importó comunicarlo a todo el mundo hasta los confines de la tierra, pasara lo que pasase y pesare a quien pesare, incluso hasta morir por esa verdad.
¡Bendito sea Jesucristo resucitado de entre los muertos!
¡Aleluya! Cristo Vive y es el Señor.

 

ADVIENTO: LA ESPERANZA Y EL HOMBRE DE HOY

“Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” Carta a los Romanos 8, 18.
Queridos amigos:
Quisiera contaros lo que iba pensando sobre la esperanza y el hombre de hoy, yendo de camino hacia cualquier lugar.
Estamos ya en el siglo XXI. En el siglo pasado ha habido muchos cambios para la sociedad: La radio, la Televisión, lavadoras, frigoríficos, teléfono… el transporte, y ¡no digamos en cuanto a la economía! No tenéis más que mirar hacia atrás y ved cómo se vivía hace 40 o 50 años. Total que ahora estamos viviendo en una sociedad que han dado en llamar “sociedad del bienestar”. Es decir, que todos vivimos muy bien. Tenemos casas, coches, dinero para caprichos, viajes, vacaciones; dinero para disfrutar, fiestas, comidas, cenas, regalos, etc. Y, sin embargo, ¿qué pasa? ¿por qué el hombre de hoy no es feliz? ¿Por qué no está satisfecho?
La razón fundamental es porque hemos hecho de las cosas materiales el centro de nuestra felicidad. Y os digo que es imposible ser feliz con las cosas que nos ofrece este mundo tan materializado. Por más cosas que tengamos, nunca estaremos satisfechos. Recordáis la canción: “Todos queremos más”. Y es que, refiriéndonos a las cosas materiales, siempre hay un más que conseguir y una vez logrado, se crea una nueva insatisfacción, creando así un círculo vicioso que nunca se acaba. Esto mismo es lo que les pasa a los niños. Se les compra un juguete, y en tres días ya quieren otro nuevo, y así sucesivamente. Repito, nada de este mundo puede llenar el corazón vacío del hombre. De tal manera está vacía la vida del hombre de hoy, que sus alegrías están a merced de que llegue una fiesta, de que gane su equipo de fútbol o de que le hagan un regalo. El hombre se encuentra, sencillamente, desesperanzado e infeliz, cansado y aburrido.
Queridos amigos, nuestra vida no acaba aquí en esta historia. Nos aguarda un futuro infinito, lleno de dicha, bienaventuranza, alegría sin término. Esto no me lo saco de la manga, nos lo ha dicho Jesucristo. Él ha resucitado y está vivo para siempre. Lo podemos negar o dudar, pero da igual. Eso no afecta para nada la gran verdad de la fe de toda la Iglesia y de todos los hombres creyentes a lo largo de los siglos.
Y porque Jesucristo ha resucitado, Él se convierte para nosotros en futuro esperanzador, en cumplimiento de nuestros deseos y anhelos. Él hace realidad en nuestra vida aquello que no podemos adquirir con dinero: El amor, la misericordia, la curación de nuestras heridas interiores, la aceptación serena de los contratiempos de la vida. Él hace posible la unidad, la comunión, la fraternidad, la paz interior y muchas más cosas que llenan y plenifican nuestra vida.
Acabamos de comenzar el tiempo del Adviento. El Adviento es un tiempo litúrgico de cuatro semanas que preceden a la Navidad. Durante este tiempo todos los creyentes pedimos a Dios que venga a nuestra vida necesitada. Por eso es un tiempo de espera, de esperanza en que Dios, Nuestro Señor, nazca en nuestra vida a fin de que nos haga hombres y mujeres nuevos, llenos de vitalidad, de fuerza interior, de alegría sincera, de amor profundo y verdadero. En fin, hombres y mujeres que vivimos llenos de esperanza, “y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5, 5).
Os deseo de todo corazón que viváis llenos de Esperanza.

Un abrazo sincero de vuestro sacerdote, Jesús Cano.

 

¿QUÉ ES LA GRACIA DE DIOS?

Queridos amigos: gracia y paz.
No me resulta fácil expresar lo que tengo en el corazón acerca de esta palabra tan maravillosa que llamamos: GRACIA.
Para empezar, pongamos un ejemplo que nos ayude a captar algo de lo que quiero decir. El ejemplo es el siguiente. Cuando a alguien le ha tocado el gordo de la lotería decimos: “fulanito ha sido agraciado…”. Esta es la palabra que nos interesa:agraciado. Con esta palabra queremos expresar que la persona en cuestión ha sido favorecida, afortunada, porque lo que le ha tocado es completamente desproporcionado entre la cantidad jugada y el premio recibido. Ha sido una gracia.
Pues bien, al hablar de la gracia de Dios también podemos decir, siguiendo la comparación, que por el bautismo hemos sido agraciados por el mismo Dios. Es decir, en el bautismo hemos recibido toda la vida de Dios en nosotros. Sí, Dios mismo en nosotros. Es su propia vida la que nos pertenece, y nos pertenece, no porque seamos buenos o hayamos ganado con nuestros méritos su bendición, sino porque Dios es así, pura gratuidad amorosa contigo y conmigo. La gracia es el don gratuito que Dios, nuestro Padre, nos ha hecho al entregarnos a su propio Hijo.
El haber recibido esta gracia de Dios, supone, simultáneamente, recibir también su perdón, la reconciliación, su amor, su misericordia, el ser sus hijos, la salvación, la vida eterna…  Y todo esto porque Dios mismo ha querido que fuera así; es Él el que ha tomado la iniciativa, es Él que no nos ha elegido por pura gracia, sin pagar nada ni merecer nada. Es gracia gratuita.
Dicho de otra manera, Dios nos ama porque es puro amor para el hombre. Recordémoslo una vez más: Dios es amor y no puede ser otra cosa más que amor. Es Él el que nos capacita para amar como Él ama, esta es la gracia donada. En consecuencia, cuando hemos vivido esta gracia de Dios en nosotros, es cuando verdaderamente nos sentimos afortunados, favorecidos y agraciados por Jesucristo, que murió y resucitó por ti. Sí, queridos amigos, en esta vida y en la otra se nos ha dado todo de balde, no pagamos nada, ni siquiera hemos tenido que comprar el billete de lotería, todo es gratis.
Os tengo que decir, que el mejor premio que yo he recibido en mi vida es haber conocido a Jesucristo, y por ello, me siento eternamente agradecido a Él porque me ha concedido su gracia y yo quiero compartirla con vosotros. Para terminar, una frase que nos recordará muchas cosas agradables: “Dios te salve, María, llena eres de gracia..."
Un saludo cariñoso de este sacerdote, Jesús Cano.

 

VISITAR A LOS ENCARCELADOS

Seguramente, cuando oímos hablar de los presos y de las cárceles, parece que estamos tratando un mundo lejano y extraño a nuestra vida, y aún más, si pedimos voluntarios para implicarnos en la tarea pastoral con los encarcelados. Hay que afirmar, que la Iglesia ha estado y está presente siempre en el mundo de la prisión, si bien, no con la suficiente fuerza y dedicación como lo está en otros campos pastorales.
Pero la pregunta es: ¿cómo puedo realizar yo, que soy cristiano, esta obra de misericordia? Al final de este escrito señalaremos algunas formas de colaboración.
Lo cierto es que, si en algún lugar se necesita misericordia, ese lugar es la cárcel. En la cárcel se vive, la tristeza, la angustia, el miedo, la tensión, la culpabilidad, la injusticia, la falta de perdón… Hay un dolor terrible. De ahí, que no resulte extraño que Jesús dijera un día en la Sinagoga: “he sido enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para proclamar la liberación a los cautivos… para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Esta es la Buena Noticia que los presos deben escuchar muchas veces hasta que se grave en sus corazones. La noticia de que Dios les ama gratuitamente, que Dios no les condena, que el perdón de Dios está más allá de sus delitos y que la infinita misericordia de Jesucristo ha condonado todos sus delitos y pecados.
Y ahora, ¿cómo podemos vivir esta obra de misericordia? En primer lugar, sensibilizarnos con el problema de la prisión, orar con más frecuencia por los presos y sus familias, ser solidarios con las familias que conocemos y tienen algún miembro en alguna prisión, apuntarse como voluntario, por cierto, en la cárcel de Segovia, en este momento, necesitamos con urgencia una persona para atender el grupo de formación cristiana y también alguien que sepa tocar algún instrumento musical para acompañar la liturgia dominical. Con respecto a las visitas a los presos, hemos de significar, que con el oportuno permiso y el debido respeto se pueden visitar a estas personas.
Finalmente, oigamos lo que dice el Señor: “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).

Jesús Cano, capellán del centro penitenciario.

 

MISERIA HUMANA Y MISERICORDIA DIVINA

Queridos amigos: gracia y paz.
No sé vosotros, pero, a nivel personal y en muchas ocasiones, experimento en mi interior la miseria humana que va conmigo. Y cuando digo miseria humana, me estoy refiriendo a mis propias debilidades como pecador que soy, a la necesidad que tengo de ser querido y amado, de ser comprendido y aceptado, y, en otras ocasiones, experimento el sufrimiento, el disgusto, el rechazo y otros sentimientos íntimos y secretos que llevo en el alma y que sólo Dios puede conocer. Todo esto me hace pensar y anhelar constantemente para mi vida la necesidad de la misericordia divina. Pero, ¿qué es la misericordia divina?
Cuando la Biblia habla de la misericordia de Dios no es como nosotros lo entendemos habitualmente, por ejemplo, dar un donativo a la Iglesia o a un pobre que me encuentro en el camino y después me olvido de él para siempre. No. La misericordia de Dios en la Biblia se expresa como el amor que una madre tiene por su hijo cuando está en su vientre. Es el amor de entraña maternal que existe entre la madre y su hijo no nacido. Este es el amor íntimo y lleno de ternura de Dios. Es, por decirlo así, como si Dios mismo nos llevara en el regazo de su vientre, envueltos en una ternura de misericordia entrañable. Después de esto, no me digáis que no es para dar gracias infinitas a Dios y no parar, ¿verdad?...
Pero, aún hay más. La Biblia nos dice que a Dios se le conmueven las entrañas cuando nos ve con nuestras debilidades, miserias y sufrimientos. Es que nuestro Dios, es un Dios vivo y encarnado y por eso cabe decir, que el de amor Dios es también un amor con entrañas maternales. Dice así Dios: “Efraín (el hijo pequeño de José, identificado después con el pueblo de Dios) es para mí un hijo querido, un niño predilecto… Mis entrañas se conmueven y me lleno de ternura hacia él” (Jeremías 31,20). Y, en la parábola del hijo pródigo, por poner otro ejemplo, cuando regresa hacia su padre le manifiesta su amor de esta manera: “estando él todavía lejos (el hijo pródigo), le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente” (Lucas 15,20). ¡Qué maravilloso es Dios! Toda la Biblia está llena de textos donde se pone de manifiesto la misericordia, la ternura y el amor infinito de Dios.
Queridos amigos, confiad en Dios porque, aunque nuestra miseria sea grande, más infinita es la misericordia de Dios para cada uno de nosotros.

Un saludo cariñoso de vuestro sacerdote, Jesús Cano.

 

LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO

Los dones del Espíritu Santo están tomados del texto de Isaías 11,2, donde habla del Mesías, y dice que “reposará sobre él el espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor de Yahveh”. Como en el versículo 3 se repite el temor, algunas traducciones colocan “piedad”, y así tenemos los famosos siete dones. 
Son los dones que han estado en plenitud en Jesús, porque él tenía “el Espíritu sin medida” (Juan 3,34). Y son los dones que el Espíritu Santo derrama también en cada uno de nosotros para impulsarnos a vivir de una manera diferente.
Con estos dones, el Espíritu Santo nos sostiene y nos empuja para que podamos practicar con más agilidad las virtudes cristianas y para que lleguemos a la plenitud de la santidad.
Pidámosle al Espíritu Santo que desarrolle cada vez más esos dones en nuestra vida, de manera que podamos parecernos cada vez más a Jesús, para que se nos haga espontáneo actuar como Jesús actuaba. En los próximos días reflexionaremos sobre cada uno de estos dones. El autor de los comentarios es: Víctor M. Fernández.

Vuestro amigo, Jesús Cano.

 

DON DE SABIDURÍA

El primer don del Espíritu Santo es la sabiduría. Pero tenemos que aclarar que cuando la Biblia habla de sabiduría, no quiere decir los conocimientos o la instrucción intelectual. Los libros sapienciales nos hablan mucho de esta sabiduría, que es sobre todo el arte de vivir, de saber conducirse en la vida. Porque hay personas que saben muchas cosas pero les falta lo más importante: no saben vivir.
Los grandes sabios cristianos han destacado que la mayor sabiduría tiene que ver con el amor, que nos hace saborear las cosas celestiales. Es un conocimiento gustoso, lleno de sabor espiritual. 
Pidamos al Espíritu Santo que nos regale esa sabiduría que viene de lo alto.

 

DON DE ENTENDIMIENTO

El segundo don del Espíritu Santo es el entendimiento, que ilumina la inteligencia. Es la capacidad de captar algo de las verdades más profundas de la fe, la habilidad para entender el sentido más profundo de la Palabra de Dios. Pero no es un don de los estudiosos, porque el Espíritu Santo puede derramar este don de una manera preciosa en una persona que ni siquiera sepa leer y que no haya recibido ninguna instrucción. Esa persona, aunque no sepa explicar con claridad lo que sabe, puede poseer una gran intuición espiritual que le permite entender las cosas más altas y más sublimes de la fe cristiana.

 

DON DE CONSEJO

El tercer don del Espíritu Santo es el consejo, que nos permite orientar a los demás y ayudarles a descubrir cuál es la voluntad de Dios para sus vidas. No se refiere tanto a cosas prácticas, sino a las cuestiones más grandes, que tienen que ver con el sentido de la vida.
 Esto nos muestra que el Espíritu Santo no se derrama en nosotros sólo para hacer crecer nuestra intimidad, sino también para el servicio de los demás. Porque nadie crece de verdad en la vida espiritual si no se entrega con generosidad a los hermanos. A la persona profundamente espiritual le interesa mucho ayudar a los demás a crecer y a marchar por el buen camino.
 Pero tengamos presente que este don del consejo no se refiere a cualquier consejo, sino a las cosas más profundas de la vida. Es ante todo la capacidad de motivar a los demás para ser fieles a Dios en el camino de su existencia.
 Cuando uno trata de estudiar, de profundizar su fe, o de comprender la Biblia, tiene que invocar al Espíritu Santo para que derrame este don con mayor intensidad; porque nuestra mente, sin la luz del Espíritu Santo, nada puede comprender de los misterios de la fe.

 

DON DE FORTALEZA

El cuarto don del Espíritu Santo es la fortaleza; pero no se trata de la fortaleza normal, que nos permite soportar las dificultades cotidianas. Este don nos permite ser capaces de una fortaleza superior, que nos hace capaces de dar la vida por el Señor, si esto fuera necesario. Es la fortaleza que nos hace sobrellevar con constancia cosas que en situaciones normales nos parecerían imposibles. Dejarse matar por Cristo parece algo imposible, porque contradice al instinto de supervivencia, que nos lleva a escapar de los peligros. Sin embargo, si Dios nos pidiera eso, seguro el Espíritu Santo nos daría la fuerza para poder soportarlo, y entonces sería realmente posible. Los mártires han podido entregar la sangre porque los sostenía este don maravilloso del Espíritu. Pero este mismo don nos sostiene cuando tenemos que soportar cosas especialmente difíciles, cuando no se trata de dar la vida, pero sí de renunciar a alguna parte importante de la vida. Sin esta fortaleza todo es demasiado duro; pero con esta fortaleza cualquier cosa se puede enfrentar. Pidamos al Espíritu Santo que nos revista con este don poderoso.

 

EL DON DE PIEDAD

El don de la piedad perfecciona el amor fraterno, y nos permite reconocer al prójimo como imagen de Dios. De esa manera, cuando ayudamos a los demás no lo hacemos sólo por compasión, porque nos duele su miseria y sus problemas. Los ayudamos porque reconocemos la inmensa nobleza que ellos tienen. ¡Son imagen de Dios! ¡No puede ser que vivan mal, que estén sufriendo, que no tengan lo necesario para vivir!
Pidamos al Espíritu Santo que derrame todavía más este don en nuestros corazones, para que podamos valorar de esta manera a los demás. Así, nadie será un enemigo, un competidor o una molestia. Todos nos parecerán realmente sagrados, porque contemplaremos en ellos la imagen santa de Dios. El Espíritu Santo derrama este don para que podamos vivir a fondo nuestra relación con los demás.

 

DON DE TEMOR DE DIOS

El último don del Espíritu Santo es el santo temor de Dios. Pero este don no tiene nada que ver con el miedo. Porque en realidad, “en el amor no hay lugar para el temor; al contrario, el amor perfecto elimina el temor" (1 Juan 4,18).
El santo temor de Dios es la capacidad de reconocer que Dios siempre es infinitamente más grande, que nos sobrepasa por todas partes, que nunca podemos abarcarlo. El amor nos permite descubrir a Dios muy cercano y lleno de ternura, pero el santo temor nos permite reconocer que nuestro amor nunca puede agotar a Dios ni poseerlo completamente, ya que él es el infinito e inabarcable, que está por encima de todo. Este don nos permite recordar que nunca dejamos de ser sus creaturas, y nos ayuda a ser muy cuidadosos para no ofender a Dios, para no desagradarle con nuestra conducta, porque él es el Santo.

 

DON DE CIENCIA

El don de la ciencia se distingue del don de entendimiento. Porque el entendimiento tiene que ver con las cosas celestiales, y el don de ciencia está más relacionado con las cosas de este mundo. Significa que podemos mirar este mundo con ojos espirituales, con una mirada transformada por el Espíritu Santo. Entonces, podemos descubrir la belleza más perfecta que el Espíritu Santo ha derramado en las cosas. De esa manera, no nos apegamos a cosas de este mundo ni nos dejamos esclavizar por ellas, porque todas ellas nos llevan a Dios.
Con este don, San Francisco de Asís podía alegrarse en cada criatura sin perder por ello su entrega total a Dios.
Tratemos de ejercitar este don, intentando contemplar este mundo con otra mirada, renunciando a la posesividad, a las obsesiones, y dejando que las criaturas nos hablen de Dios.

ACEPTARSE A SÍ MISMO EN LOS FALLOS Y LAS CULPAS

La tarea más difícil para el hombre, es aceptarse a sí mismo cuando ha errado o cuando se considera responsable de algo malo. Y es que nos resulta muy difícil perdonarnos y aceptarnos cuando hemos tenido un fallo lamentable que nos culpabiliza internamente y nos hace creer que somos malos y pecadores.
¿Por qué sucede esta culpabilidad y hasta remordimiento? Pues, acontece porque no somos misericordiosos con nosotros mismos, porque no aceptamos nuestra pobreza y limitaciones.
Sin embargo, cuando nuestra vida la ponemos ante el Dios compasivo y misericordioso, entonces vemos que Él nos acepta como somos, con nuestros fallos y miserias.
No podemos pasarnos la vida dando vueltas y vueltas sobre nuestras equivocaciones o pecados de nuestra vida. Tengamos siempre presente que Dios la acoge misericordiosamente y absuelve de todo mal.
Cuando aceptamos el paso del amor gratuito de Dios por nuestra vida, comenzará la sanación y liberación de toda nuestra existencia.
Así pues, si Dios nos acepta y nos ha perdona de todas nuestras culpas, ¿quién soy yo para no perdonarme y aceptarme a mí mismo?

Vuestro amigo, Jesús Cano.

 

RECONCILIARSE CONSIGO MISMO

Queridos amigos: estamos ante la tarea más difícil de nuestra vida: reconciliarnos con nosotros mismos. Reconciliarse consigo significa hacer las paces con mis pensamientos, con mis acontecimientos del pasado, con lo que estoy viviendo en el presente, en definitiva aceptarme como soy.
Se trata de no rechazar nada de mi vida, aceptarla tal como ha ido transcurriendo. No rechazar mi posición social, cultural, ni la de mis padres; no rechazar mi educación, mi carácter… Pero suele suceder todo lo contrario, es decir, me rebelo profundamente contra mi vida tal como ha sido y es; y esta actitud provoca en mí unas heridas atroces. Yo mismo me minusvaloro, me rechazo, me culpabilizo… y hasta puedo llegar a odiarme.
Una consecuencia de este rechazo contra mí mismo es que vivo un descontento general, en una continua protesta y queja contra los demás, contra Dios y contra todo. Así pues, el problema está dentro de mí, y en consecuencia, la solución también está dentro de mí. Se trata, pues, de que me deje tocar por la misericordia divina. Para Dios no hay tiempo, ante Él siempre somos presente, por eso Él ve toda nuestra vida en un instante. Ante esta mirada amorosa de Dios, si yo le doy permiso, Él entra con su misericordia y sana las heridas de mi pasado.
Se necesita tiempo de entrenamiento para poder reaccionar misericordiosamente ante nuestros propios fallos. ¡Cuánto nos cuesta aceptar nuestros propios fallos! ¿Verdad? Para nuestra reconciliación nos ayuda ir recordando nuestras heridas del pasado con mucha paz y entregárselas al Señor en oración sincera. Hagámoslo con mucha confianza. Dios sabe y conoce toda nuestra vida. “¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí!”

Vuestro amigo, Jesús Cano.

 

EL RIGORISMO CON UNO MISMO

Con frecuencia es fácil encontrarnos con personas que son duras, severas, exigentes consigo mismas. Este rigorismo con uno mismo suele proceder de la educación recibida. Cuando los padres son muy rigurosos consigo mismos y con sus hijos, genera en estos agresiones y sentimientos de poder. El problema está en que no nos hemos sentido amados por nosotros mismos. Es decir, nos pueden haber amado, pero nosotros no hemos percibido ese amor de los nuestros, sino todo lo contrario, y esto genera conductas negativas, como por ejemplo, echarse la culpa de todo,  considerarse malo/a, me quito todo el valor de lo que hago o me vuelvo agresivo/a conmigo mismo/a sin poder aceptar la vida con amabilidad.
La vida cristiana no es la vida de la exigencia y el rigorismo, sino de la misericordia y del amor gratuito de Dios, de la salvación ofrecida generosamente por Jesucristo. “El Señor es compasivo y misericordioso”, dice la Palabra de Dios. Y, de esto, nos hace falta mucho para con nosotros mismos y para con los demás. Otro “gallo” cantaría en nuestra sociedad si nos amáramos a nosotros mismos y amáramos a los demás.

Vuestro amigo, Jesús Cano.

 

“PORTARSE BIEN CON UNO MISMO”

Frente a la postura agresiva con uno mismo y con los demás, Dios, Jesucristo y la tradición cristiana nos invitan a portarnos bien con nosotros, con los hombres y con la creación. El Evangelio nos recuerda el bien que siempre nos hace el Señor y su deseo de que todos vivamos una vida abundante y feliz. De no hacerlo así, entraremos en una dinámica de infierno y oscuridad.
El Señor nos ha dado una vida no para esconderla y enterrarla por miedo a que cuando venga la hayamos perdido y nos sancione. El que sólo teme el castigo de Dios queda vacío, su vida será pura tiniebla y entrará en un dinamismo de miedo y desconfianza.
Jesús nos manifiesta que cuando nuestra imagen de Dios es falsa, como es creer que es severo y autoritario, es cuando también somos rígidos e inflexibles con nosotros , con lo cual desgarramos nuestra propia vida.
Tenemos que creer en un Dios que comparte sus bienes con nosotros, un Dios de esperanza y misericordia, sin la angustia de que podamos equivocarnos y fallar, y, por lo tanto,  que nos castigará sin remedio.
No nos angustiemos echándonos la culpa de todo. Vivamos confiados en el Dios misericordioso. Jesús nos invita a ser humanos con nosotros mismos.

Vuestro amigo y sacerdote, Jesús Cano

 

EL PERFECCIONISTA

Con frecuencia queremos hacer de nuestra vida una imagen ideal, perfecta, involuta, sin errores, de tal manera que todo nuestro vivir es ir tratando de alcanzar la perfección; y todo lo que se oponga a ella, lo cortamos de un tajo. Quien sigue este esquema de perfección se destroza a sí mismo porque vive presionado por la propia imagen falsa y que, por tanto, nunca llega a alcanzar. Su ideal siempre le supera.
Desde el punto de vista cristiano, tenemos que decir que Dios nos ha dado su propia imagen. Una imagen no engañosa, sino liberadora. Y nos libera porque Dios nos acepta, nos quiere y nos ama como somos, con nuestros defectos, errores y hasta pecados. Él sabe de qué barro estamos hechos y además somos sus hijos queridos.
Así pues, no hagamos de nuestra vida “fantasmas mentales”, super-personajes que no van a ningún lado, más bien, seamos nosotros mismos desde la imagen de Dios en nosotros. Dios te ama tal como eres.

Vuestro amigo y sacerdote, Jesús Cano.

 

EL ESPÍRITU SANTO Y NUESTRA SANTIDAD

Cuando el cristiano es bautizado entra a formar parte de la Iglesia. Y por este sacramento, el Espíritu Santo lo vivifica y santifica.
Acabamos de decir que el Espíritu Santo nos santifica, nos hace santos desde el comienzo de nuestro bautismo. No es fácil caer en la cuenta de esta verdad inicial, que se nos da porque Dios lo ha querido así. Por tanto, la santidad nuestra no se encuentra al final de nuestros esfuerzos y méritos, de nuestras obras y virtudes, sino al comienzo de la vida cristiana; la iniciativa primera es de Dios y está en Él. Es fruto de su amor gratuito.
Ahora bien, siendo esto verdad, también lo es, que el cristiano no puede enterrar el tesoro recibido gratuitamente por Dios, sino que ha de hacerlo prosperar, crecer, dar muchos “intereses”, como nos dice el Señor en la parábola de los talentos; y ponerlo al servicio de los demás. ¿Qué cómo hacerlo? Muy sencillo, dando cabida al Espíritu Santo en tú corazón, abriéndote al Él, dejándole obrar en tu vida, creyendo y esperando en Él. Toma conciencia de que el Espíritu Santo ya está en tu vida, habita en ti. Es el Espíritu Santo el que multiplica la vida de Dios en gracia y bendición para nosotros y para los demás.
Invoquemos siempre en nuestras oraciones, diciendo: ¡VEN ESPÍRITU SANTO!, Ven a mi vida y renueva la santidad inicial recibida en mi bautismo… y con seguridad vendrá a nosotros.

Vuestro amigo y sacerdote, Jesús Cano.

 

CREER EN EL ESPÍRITU  SANTO

Nuestra fe en el Espíritu Santo cambia nuestra mirada, sobre Dios ciertamente, pero también sobre la Iglesia, sobre los otros y sobre nosotros mismos. Por eso tiene tanta importancia reflexionar sobre el Espíritu Santo y sobre su acción en nosotros.
El Espíritu Santo es el gran  olvidado de nuestra vida de fe. Hablamos de Dios, de Cristo, de la oración, de los pobres... pero no tanto del Espíritu Santo. Sin embargo el Espíritu está actuando en nosotros, está en nosotros, sin que nosotros pensemos en  él. En nuestro bautismo, y después en la confirmación hemos recibido de una forma muy especial el Espíritu Santo.
Cuando recibimos el Espíritu Santo cambia todo, es como un nuevo nacimiento. El Espíritu nos hace tener otra mirada sobre Dios, sobre Jesús, sobre la Iglesia, sobre los otros, y sobre nosotros mismos.
"El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Juan 14,26).

Vuestro amigo y sacerdote, Jesús Cano.

 

¿QUIÉN ES EL ESPÍRITU SANTO?

Si alguien nos preguntara quién es el Espíritu Santo ¿qué responderíamos a parte de decir que es la tercera persona de la Santísima Trinidad?.
Ciertamente, es fácil hablar del Padre y del Hijo, pero... ¿y del Espíritu Santo?
Se dice del Espíritu que es el gran desconocido, y sin embargo, es curioso lo que nos dice Pablo: “EL ESPÍRITU DE DIOS HABITA EN VOSOTROS” (Rm 8,9). ¿No os causa extrañeza esto?. Por una parte no sabemos hablar de Él y es el gran desconocido, y por otra, está y habita en nosotros. Entonces ¿dónde está el descuido?
Parece evidente que en nosotros. En consecuencia busquemos la experiencia del Espíritu Santo. Para ello volvamos a la “profundidad secreta de nuestro yo, donde actúa el Espíritu Santo y donde, en lo más profundo de nuestra intimidad, se abre una puerta hacia Dios, a través de la cual Él puede entrar en su propiedad” (H. U. Von Balthasar).
VEN ESPÍRITU SANTO y entra en tú propiedad que soy yo mismo.

Vuestro amigo y sacerdote, Jesús Cano.

 

¡CRISTO HA RESUCITADO! ¡VERDADERAMENTE HA RESUCITADO!

La resurrección de Jesús nos hace vivir en una esperanza viva. Nos hace renacer a una vida nueva.
Al mirar la situación de nuestro mundo actual podemos sentir decepción,  desaliento desesperanza. La negativa a la vida, el rechazo a los más pequeños y más débiles, la violencia que destruye a las personas, las comunidades y los pueblos, son algunos de los motivos que nos hacen disminuir nuestra esperanza.
Estos sentimientos, nos hacen pensar lo que pudo suceder en las vidas de Mª Magdalena, las otras mujeres, los discípulos de Emaús y los Apóstoles, tras la muerte de Jesús en la cruz. Todos ellos se ocultaron, se encerraron, tenían miedo, desconcierto, decepción y desaliento. En definitiva, la tristeza se apoderó de ellos porque sentían el fracaso de la vida y de la historia.
Pero, hete aquí que Jesús, de una forma repentina e imprevista, se hizo presente en medio de ellos, y todo cambió. La presencia de Jesucristo vivo fue “un fogonazo que lo esclareció todo”. Todos, al encontrarse con Jesús resucitado experimentaron en sus vidas como una nueva creación que les hizo hombres nuevos. Todos vivieron el asombro y alegría desbordante ante tal acontecimiento.
Jesús les decía: “la paz con vosotros” (Jn 20, 19); “no temáis, Jesús, el crucificado, ha resucitado” (Mt 28, 5-6); “no os asustéis…” (Mc 16,6); “se alegraron al ver al Señor” (Jn 20,20); “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). El encuentro con Jesús resucitado ha hecho posible la gran esperanza y la fuerza vital para seguir viviendo de forma renovada el proyecto de Jesús en la historia.
Termino con el saludo de Pascua que los cristianos orientales suelen emplear:
Al saludo “¡Cristo ha resucitado!” la otra persona responde (en este caso un servidor) “¡Verdaderamente ha resucitado!”.

Vuestro amigo y sacerdote, Jesús Cano.

 

DIOS PADRE NOS AMA EN SU HIJO JESUCRISTO

El otro día, hablando con una señora acerca de la Semana Santa, me dijo que a su nieto no le hablaba de la cruz de Jesucristo porque le parecía una cosa muy sangrienta y que no entendía que Dios, para salvarnos, tuviera que permitir que su Hijo muriese en la Cruz. Ciertamente, ante este razonamiento que parece lógico y natural, seguidamente, le expliqué…
Dios no quiere el sufrimiento, el mal, el dolor… ni para su Hijo Jesucristo ni para el hombre. Todo lo contrario, Dios es amor y quiere lo mejor para el hombre: su felicidad. Entonces, ¿por qué la cruz?, ¿por qué la Pasión?, ¿por qué la muerte de Jesucristo?. Pues, sencillamente, porque la vida, tal como la vivió Jesús, esto es, la defensa de los pobres, la lucha por la justicia, el ponerse al lado de los débiles y marginados, provocaba una desazón, aversión y hasta ira en el ambiente socio- religioso de entonces. ¡Vamos que era un hombre peligroso!.
Jesús no era ingenuo, Él mismo advirtió en varias ocasiones a sus discípulos su trágico final: “el Hijo del Hombre tiene que sufrir, padecer, morir y resucitar al tercer día”. Pero, en última instancia ¿por qué tenía que ser este el final, así de violento, en una Cruz? La pregunta no es baladí.
Intento explicarme un poco más. Lo primero está claro, es decir, Jesús no desea su muerte como si fuera una persona que goza con el dolor y el sufrimiento. Pues bien, ahora oigamos lo que Él mismo dice en el Evangelio de San Juan: “nadie me quita la vida; la doy yo voluntariamente.” (10,18). Luego, entonces, hay otro aspecto más profundo y serio en la muerte de Jesús. Si Jesús muere en la cruz es por un amor libre, voluntario e infinito a los hombres. Es el amor entregado y derramado de Dios Padre en su Hijo para toda la humanidad. Y, este amor de Dios es pura gratuidad para el hombre: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (Juan 3, 16).
Así, pues, “para creer en este Dios no basta ser piadoso. Es necesario, además, tener compasión. Para adorar el misterio de un Dios crucificado no basta celebrar la Semana Santa; es necesario además, mirar la vida desde los que sufren e identificarnos con ellos un poco más” (J.A. Pagola, El camino de Jesús. Marcos, p. 245).

Jesús Cano.

“DIOS NUNCA SE ARREPENTIRÁ DE HABERTE CREADO” (I)

Iba paseando por la huerta del monasterio de Santa María del Parral, en Segovia, cuando uno de los frailes, Alfonso, me suelta a bocajarro las palabras que figuran en el título; una vez dichas él siguió con sus trabajos y  yo, impresionado por aquel pensamiento, seguí paseando y dando vueltas a esta frase llena de verdad y belleza.
No me cabe duda, de que es un pensamiento amoroso proveniente de Dios y que él mismo pone en el corazón de aquellos que le escuchan en silencio. Lo que viene a continuación es producto de la meditación de esta idea tan sublime.
Comencemos diciendo lo que ya sabemos: Dios es amor. Sí, de Dios sólo puede salir amor. Pero, esta verdad -como todas las que se contienen en la Biblia-  se tiene que realizar en mí, es decir, Dios tiene que hacerse vida en mi existencia, y se tiene que hacer vida porque Dios está vivo, presente y habita en mí, está dentro de mí.
Pero, ¿por qué Dios no se arrepiente de haberme creado?, pues, porque he sido creado por Él, soy criatura suya, soy obra de sus manos amorosas, y, además, Él me ha dicho que soy su hijo amado. ¡Qué maravilloso es todo esto! ¿No?
Unida a esta verdad, está esta otra: soy pecador, pobre en mi amor a Dios y a los demás, débil en mi voluntad y fidelidad a mi vida de fe y a más cosas. Cierto.  Sin embargo, esta realidad pobre de mi persona la puedo unir perfectamente a Dios y si la pongo bajo su mirada misericordiosa Él me llenará de su amor infinito. Sí, ante mi realidad pecadora, cuando vuelvo la mirada al Dios compasivo y misericordioso, entonces, Dios me rodea con sus brazos llenos de ternura. Y, por ello, puedo decir que Dios nunca se arrepentirá de haberte creado. Y no se arrepiente por lo dicho ya más arriba, pero, además, en Dios no cabe que se harte nunca de nosotros; en consecuencia:

Yo puedo no amar a Dios, pero Él me ama siempre.
Yo puedo no creer en Dios, pero Él cree en mí.
Yo puedo no confiar en Dios, pero Él confía en mí.
Yo puedo ir en contra de Dios, pero Él viene a favor mío.
Yo puedo escaparme de Dios, pero Él sale a mi encuentro.
Yo puedo olvidarme de Dios, pero Él nunca se olvida de mí.
Yo puedo irme de su presencia, pero Él está siempre conmigo.
Yo puedo culpabilizar a Dios, pero Él siempre me disculpa.
Yo puedo condenar a Dios, pero Él siempre me perdona.
Yo puedo odiar a Dios, pero Él siempre me rodea con su misericordia.

Sinceramente, estos pensamientos nos han de llenar de alegría y liberarnos de muchas culpabilidades. Dios no se arrepiente de haberte creado. Nunca se arrepentirá.
Un abrazo fraternal de vuestro amigo y sacerdote,

Jesús Cano

“DIOS NUNCA SE ARREPENTIRÁ DE HABERTE CREADO” (II)

Con frecuencia, mucha gente vive culpabilizada por sus pecados pasados, con miedo ante una justicia de Dios implacable, rigurosa y estricta hasta el último detalle negativo de la vida. A estas personas hay que decirles que Dios siempre les ha amado, a pesar de los pecados y diabluras cometidas en la vida. Sí, Dios siempre nos ha amado, y nunca, Dios, se ha arrepentido de haberme creado. Nunca. Haya pasado lo que haya pasado y haya hecho lo que haya hecho.
Dios es Dios y no hombre, dice la Escritura. Esto quiere decir que Dios ni piensa ni actúa como los hombres. El amor de Dios es más de lo que el hombre puede pensar sobre Él. Y su amor siempre me está creando continuamente. Él es la fuente inagotable que está vertiéndose continuamente sobre mí, y su amor me mantiene unido a Él. Y es este amor infinito el que hace que Dios nunca se arrepienta de haberme creado. Los hombres sí nos arrepentimos y con frecuencia, nos hartamos y nos cansamos de amar y hasta odiamos y matamos en el corazón.
Sin embargo, Dios no puede echarse nunca para atrás. Su palabra es irrevocable. Su alianza es inviolable, eterna, y su esencia es el amor. “Con amor eterno te amé”, dice la Biblia. Dios no es libre para dejarnos de amar, Él está atado de pies y manos en la cruz amorosa y no se arrepiente de amarnos en ella. Es un amor sin medida, sin límites, desbordante y caudaloso. Es como un huracán que lo envuelve todo, o un fuego que lo invade todo. Es indescriptible, inabarcable, es lo que, como dice S. Pablo, lo que el oído no oyó, ni el ojo vio; es inaudito, inefable. El amor de Dios lo es todo.
Para saborear estas cosas tenemos que recurrir al silencio interior. La morada de Dios está en el silencio de nuestra alma y ahí es donde Dios se hace uno con el hombre para comunicarle su amor fiel y eterno; y lo hace con el poder de su Espíritu Santo.
Ciertamente, este amor de Dios no lo podemos vivir en su totalidad, en su plenitud, ya que si todo el amor de Dios nos invadiera, no podríamos aguantar, nos moriríamos. Por eso, sólo podemos percibir un poco de su amor, lo suficiente como para darnos cuenta de lo maravilloso del amor de Dios, de su infinitud. Y, después, en el cielo, veremos a Dios tal cual es.
“Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo nos conceda espíritu de sabiduría para conocerle perfectamente; ilumine los ojos de nuestro corazón para que conozcamos cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados”. (Efesios 1, 17-18).

Vuestro amigo y sacerdote, Jesús Cano.

 

SANTOS SIN SOTANA

El Papa Francisco dijo:"Piensen en una madre soltera que va a la Iglesia o a la parroquia, y le dice al secretario: Quiero bautizar a mi hijo, y el que le atiende le dice: No, no se puede, porque usted no se ha casado... Tengamos en cuenta que esta madre tuvo el valor para continuar con un embarazo, y ¿con qué se encuentra? Con una puerta cerrada. Y así, si seguimos este camino y con esta actitud, no estamos haciendo bien a la gente, al Pueblo de Dios. Jesús creó los siete sacramentos y con este tipo de actitud creamos un octavo: ¡el sacramento de la aduana pastoral! “quien se acerca a la iglesia debe encontrar puertas abiertas y no fiscales de la fe”
"Necesitamos santos sin velo, sin sotana. Necesitamos santos de jeans y zapatillas.
Necesitamos santos que vayan al cine, escuchen música y paseen con sus amigos.
Necesitamos santos que coloquen a Dios en primer lugar y que sobresalgan en la Universidad.
Necesitamos santos que busquen tiempo para rezar cada día y que sepan enamorarse en la pureza y castidad, o que consagren su castidad.
Necesitamos santos modernos, santos del siglo XXI con una espiritualidad insertada en nuestro tiempo.
Necesitamos santos comprometidos con los pobres y los necesarios cambios sociales.
Necesitamos santos que vivan en el mundo, se santifiquen en el mundo y que no tengan miedo de vivir en el mundo.
Necesitamos santos que tomen Coca Cola y coman hot-dogs, que sean internautas, que escuchen iPod.
Necesitamos santos que amen la Eucaristía y que no tengan vergüenza de tomar una cerveza o comer pizza el fin de semana con los amigos.
Necesitamos santos a los que les guste el cine, el teatro, la música, la danza, el deporte.
Necesitamos santos sociables, abiertos, normales, amigos, alegres, compañeros.
Necesitamos santos que estén en el mundo y que sepan saborear las cosas puras y buenas del mundo, pero sin ser mundanos".
¡Esos tenemos que ser nosotros!

Papa Francisco

MI NUEVO NACIMIENTO

Quiero compartiros cómo fue el inicio de mi vida en la fe de Jesucristo.
Hace ya muchos años, pero lo recuerdo como si fuera ayer mismo. Fue el día 1 de mayo, domingo, de 1977; eran las 4,30h de la tarde cuando, invitado por tres personas de diferentes lugares, me acercaba a los Carmelitas de San Juan de la Cruz, de Segovia, para participar en una Eucaristía.
La verdad es que acudí movido por la curiosidad y porque me parecía chocante que la misma invitación me llegara por tres canales diferentes. En fin, lo cierto es que entré en la capilla donde unas cincuenta personas estaban participando de un retiro espiritual, organizado por la Renovación Carismática. Situado atrás del todo, enseguida percibí el ambiente alegre y festivo que estaban viviendo con sus cantos, músicas y alabanzas. Y, aunque del todo novedoso para mí, no me encontraba extraño con el ambiente reinante, más bien, pensé: esto es lo mío.
A partir de aquí me es bastante difícil describir lo que allí aconteció en mí. Lo único que sé es que Dios inundó mi vida. Es como si alguien entrara a habitar en lo profundo de mi ser. Sentía sensiblemente que mi interior se llenaba y llenaba cada vez más, como si dentro de mí hubiera una fuente de agua que va llenando todo hasta desbordar. Yo lo vi muy claro: era el amor de Dios que estaba inundando mi vida. Tanto es así que no pude contener las lágrimas, primero lentas, y después en llanto desbordante. Más tarde entendí aquello de la Escritura: “brotará de vuestros corazones como un río de agua viva”. Era incontenible la explosión amorosa del Espíritu Santo. Es un llenarte de paz, alegría, de amor, de misericordia… es la revelación de Dios que, en un instante de mi vida me descubrió el Misterio de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es una experiencia inconfundible e inequívoca, sabes con certeza que es Dios y de nadie más. Él entró en lo profundo de mi intimidad por puro don, por pura gracia amorosa, y por ello, le seguiré dando gracias toda mi vida.
A raíz de aquí todo cambió. Cambió mi familia, mi trabajo, los amigos, la oración, la misa... todo. O mejor dicho, no cambió nada, cambié yo y por eso cambió todo. Ahora entiendo por qué Jesús nació de la Virgen María, por qué murió y resucitó, por qué sucedió Pentecostés, por qué en la Iglesia somos todos hijos de Dios y hermanos unos de otros... Esta renovación bautismal en el Espíritu Santo es como una luz nueva que me hizo ver y comprender las cosas de Dios y de los hombres de diferente manera a como las veía antes. Este fue mi nuevo nacimiento, mi nueva creación, y es que cuando Cristo entra en el corazón del hombre todo cambia.
Finalmente, doy gracias a Dios por el don del bautismo y por la gracia derramada en mí; y al mismo tiempo le doy gracias porque, a pesar de mis debilidades y pecados, Él me sigue amando por pura gratuidad.
También quiero dar las gracias a mis padres por haberme llevado un día a la Iglesia para recibir el precioso sacramento de la iniciación cristiana: el Bautismo. ¡Gloria al Señor!
Dios os ama porque Dios es amor.

Jesús Cano

EL ADVIENTO Y LA NAVIDAD

Queridos amigos: Gracia y Paz en el Señor.
El domingo, día 30 de noviembre, comenzó el Adviento. El Adviento es el tiempo litúrgico, de cuatro semanas, que nos prepara para celebrar la Navidad, la venida de Jesús al mundo.
Todas las grandes superficies, almacenes, tiendas, agencias de viajes y hoteles, desde hace unas cuantas semanas, ya tienen preparadas y organizadas todas las ofertas para que la gente disfrute y lo pase bien, comiendo, regalando o viajando a lugares exóticos.
Sin embargo, la preparación cristiana de la Navidad es otra cosa. Mirad, la palabra adviento significa que alguien está viniendo, que está llegando y se acerca; en nuestro contexto cristiano, como ya podréis imaginar, el que llega a la tierra es Jesús de Nazaret. Y mira por dónde, nace en la más pura sencillez, humildad y pobreza. Se trata del nacimiento de un Niño pobre y débil. Pero la Navidad, no es sólo recordar el nacimiento de Jesús en Belén, sino caer en la cuenta de que Jesús está viniendo en este instante en que os estoy escribiendo la carta y vosotros la vais leyendo. Y esto es lo verdaderamente importante, porque Jesucristo no es alguien del pasado, sino alguien que nació de la Virgen María y que pasó haciendo el bien compartiendo su vida conmigo, contigo y con todos, ayer y hoy.
migos, Dios es tan bueno y cercano a nosotros que, aunque nosotros nos alejemos, Él se acerca; aunque nosotros nos vayamos, Él sigue viniendo; aunque nosotros no le amemos, Él nos ama; aunque nosotros estemos en el pecado, Él nos perdona; aunque nosotros no le creamos, Él si cree en nosotros. La verdad es que este amor de Dios parece increíble. Un amor tan gratuito, sincero, fiel, verdadero y para siempre, ¿dónde encontraremos un amor igual?. Pues sólo en Jesucristo. Pero se nos comunica aún más: nos dice San Pablo que nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Esta palabra si que es para llenarnos de confianza. Nada ni nadie nos puede separar de Dios.
Después de lo señalado, no me  digáis que Jesucristo no es una Buena Noticia. Pues claro que sí, es la mejor noticia que un hombre puede escuchar en lo más profundo de su corazón. Os digo por propia experiencia, como ya sabéis, que, cuando alguien experimenta este amor divino en su alma, cambia todo. Le invade la alegría y el gozo verdadero de sentirse amado por Dios.
No lo olvidéis nunca, Dios os ama gratuitamente en su Hijo Jesucristo; Él os perdona siempre, independientemente de lo que hayamos sido en la vida; Él os acepta como sois y como estáis en este momento. Cada uno somos dignos de ser hijos de Dios, porque, como dice la Sagrada Escritura, tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que todos tuviéramos vida eterna. Esta dignidad de hijos de Dios, no procede de nuestros méritos, sino que nos viene dada gratuitamente por el amor que Dios nos tiene desde siempre.
Dios habita en vosotros, vivir esto es vivir la Navidad del Señor. Dios bendiga a todas nuestras familias con su amor. Feliz Navidad y año nuevo 2015.

Vuestro amigo y sacerdote, Jesús Cano

 

LA MISERICORDIA

Dice Santa Teresa que la humildad es la verdad. Igualmente creo que es una verdad incontestable que todo lo que hay de bueno en nosotros, lo hemos recibido de Dios, y que lo que hay de malo es fruto de nuestra miseria.  La Virgen María, decimos muchas veces en letanías y oraciones que es Madre de misericordia y yo no he tenido nunca duda de que la misericordia de Dios nos llega a través de la Virgen ¿verdad?... pero ¿qué es la misericordia?: La palabra misericordia es una palabra compuesta de “Miseria y “Corazón”  en consecuencia, la misericordia es una respuesta del corazón y por consiguiente del amor, en contacto con la miseria. La miseria es la carencia de un bien; si el bien es material, como el dinero, la miseria es material; si el bien es intelectual, la miseria será intelectual y si el bien es sobrenatural, la miseria será sobrenatural, y esta miseria es la mayor miseria del hombre. Por eso cuando estamos en deuda con Dios, es
decir, cuando estamos en pecado, somos los más miserables de todos los hombres. Y ante esta miseria, ¿cuál es la respuesta de Dios?... pues Dios no nos olvida, no nos desprecia, no nos abandona, sino todo lo contrario: se acerca a nosotros una y otra vez, nos habla, nos quiere y nos perdona.
Y nosotros, ¿ tenemos misericordia de todos aquellos que próximos o lejanos, sufren alguna miseria?...¿somos generosos cuando nos piden colaboración para los que pasan hambre, para los analfabetos, o para los que no tienen la fe de Cristo?... ¿cómo tratamos a los pobres y a los miserables que encontramos en nuestro camino?... cuando me hago estas preguntas siento una profunda tristeza  porque creo que yo no soy misericordioso y me acuerdo de las palabras de Jesús: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia".  

Miguel Jiménez

 

TAMBIÉN EN LA CÁRCEL

Un domingo, en la misa de la cárcel, encontré especialmente mal a Agustín. Agustín es un interno del centro penitenciario, de unos treinta y tantos años; padece una incapacidad intelectual que le hace ser como un niño. Es cercano, amable, cariñoso y siempre sonriente, lleva más de seis meses con cáncer y está sometido a un tratamiento de quimio.
Ese domingo, le observaba particularmente inquieto, desazonado y muy débil, no podía con su cuerpo y sin embargo, se atrevió a ir a misa. Después de la comunión me acerqué a él e imponiéndole la mano sobre su cabeza, pedí a todos los asistentes que se unieran a la oración, que en ese momento me disponía a hacer por él pidiendo la salud de nuestro querido Agustín. Fue un momento donde todos asintieron con un silencio respetuoso y lleno de fe. En el ambiente, se sentía la verdad de lo que estamos haciendo y el amor por él.
Me fui muy preocupado llevando en mi corazón, día y noche, el dolor de Agustín vivido en la cárcel. No dejaba de recordarle. El martes siguiente fui a verle. Se encontraba en la enfermería del Centro; me lo encontré tumbado en la cama, con las piernas encogidas, y su cabeza apoyada sobre su mano derecha que descansaba en el almohadón. Sus ojos semi cerrados detectaban su cansancio y agotamiento.
En la celda estaba acompañado por otro interno que lo cuidaba y estaba atento para atenderle lo mejor posible.
Acerqué una silla y me puse a su cabecera:

Asintió gustoso. Así es que invité al otro amigo de celda y los tres nos dispusimos a orar con toda la fe de nuestros corazones. Mientras orábamos, no podía por menos de acariciar la cabeza y el cuerpo débil de Agustín. Sentía en mi interior un movimiento de ternura y compasión que salían fuera de mí. De tal manera que, al terminar la oración, impulsado por un deseo, le dije: “¿me dejas que te dé un beso?”. - “Sí”, dijo. Me acerqué a su mejilla le di un beso compasivo y lleno de la misericordia de Dios.
Ciertamente, es muy difícil expresar la intensidad de ese momento sublime y sagrado, pero Jesucristo se valió de Agustín para que yo entendiese bien, los pasajes de la Biblia en los que se habla de que Dios es compasivo y misericordioso.
Agustín mueve nuestros corazones a la generosidad, al cuidado, a la compasión, porque él, Agustín, tiene otras capacidades. ¡Jesús está vivo!... también en la cárcel. Estoy plenamente seguro de que Dios le ayudará a llevar su enfermedad y los días que le queden de su condena y a nosotros, a saber ser compasivos y misericordiosos.

Vuestro amigo y sacerdote, Jesús Cano.

EL ARTE DE LA ACEPTACIÓN  DE SÍ MISMO (I)

Aunque no soy psicólogo ni lo pretendo ser, permitidme unos breves comentarios o resúmenes de ideas que voy leyendo de los que sí son profesionales de la psicología.

Lo primero de todo es darnos cuenta de que necesitamos aceptarnos a nosotros mismos, de que muchas veces el enemigo está dentro de nosotros porque nos juzgamos, nos rechazamos, no admitimos nuestros defectos, ni limitaciones; esto engendra furia dentro de nosotros mismos.

Hacia fuera lo ocultamos y negamos, sin embargo cuando nos encontramos a solas con nosotros mismos nos entran sudores de angustia.

Jung, un gran psicólogo alemán, confesó: «Lo más difícil, incluso imposible, es aceptarse a sí mismo tan pobre como se es».

Sólo se puede vivir en plenitud el que es comprensivo consigo mismo, el que es capaz de decirse sí tal como ha sido creado, con sus virtudes y defectos, con sus grandezas y límites. Aceptando mi condición física, familiar, social, mi propia historia, etc. Sólo se puede ser misericordioso con los demás si se es misericordioso con uno mismo, si nos hemos reconciliado con nuestra propia vida. Cuando yo me he aceptado como soy me puedo acercar al otro sin ninguna pretensión de juzgarle.

La aceptación de nuestra vida es tarea de toda nuestra vida.

¡Hasta otra!

Vuestro amigo y sacerdote, Jesús Cano.

 

EL ARTE DE LA ACEPTACIÓN  DE SÍ MISMO (II)

El escrito anterior le terminábamos diciendo que la aceptación de nuestra vida es tarea de toda nuestra vida. Cierto, y el hombre auténticamente religioso lo sabe. Toda nuestra vida es ir aceptándonos como somos, con nuestras miserias, límites, pobrezas y hasta pecados. Y, en la medida que nos vamos aceptando, así también, iremos aceptando a los demás.
En aceptarse a sí mismo está el verdadero seguimiento de Jesús. Seguir a Cristo no significa copiarlo, sino vivir nuestra vida como él vivió la suya, en su único y peculiar modo de ser. En consecuencia, no se trata de imitar a Cristo exigiéndome demasiado, ni queriendo calcar su vida, sino de tener el valor de vivir la vida que Dios me da, en mí. La meta es descubrir la imagen única que Dios tiene de cada uno de nosotros, ya que cada uno de nosotros somos irrepetibles.
Para saber qué imagen tiene Dios de mí, tengo que oírme, tengo que escuchar mi alma, en la que Dios me habla. Pero sólo podré percibir la voz de Dios en mí cuando sea capaz de penetrar en los entresijos de mi alma, de ver también lo oscuro y lo caótico que hay dentro de mí.
Esta percepción no nos lleva a rechazarnos a nosotros mismos, sino a todo lo contrario; es decir, a la aceptación serena y equilibrada de toda nuestra vida. Cuando esto sucede, comienza la paz y la alegría interior.

Hasta otra ocasión y como siempre, un abrazo de vuestro buen amigo y sacerdote, Jesús Cano.

 

ENTREGA A CRISTO JESÚS

(Os ofrezco esta oración, compuesta por el P. Marcelino Iragui, carmelita, y que a mí a me hace mucho bien.)

Señor Jesús, te adoro como Hijo de Dios.
Te acepto como mi Señor, Maestro y Salvador.

Señor, ven a mí…
En este instante me entrego a ti como instrumento físico para tu terea de amor.

Entra, Señor, en mi cuerpo:
Te entrego mis ojos, para que tu mirada inunde de luz y de paz a los hombres.
Te entrego mi lengua y mis labios, para que tu Palabra los colme de Sabiduría y Esperanza.
Te entrego mis oídos, para que escuches el llanto de los que sufren y risa de los niños.
Te entrego mis manos, para que sanes a los enfermos, bendigas y acaricies a todos los seres.
Te entrego mis pies, para que camines por el mundo haciendo el bien.

Señor, toma mi corazón y dame el tuyo:
Desde aquí irradia amor a todo viviente.
Transmuta deseos y pasiones en sentimientos de alegría, compasión, ternura y armonía.

Entra, Señor, en mi mente:
Desde aquí irradia tu paz. Disuelve todos los pensamientos negativos que separan a los hombres unos de otros y de ti.

Te amo, Señor, con todo mi corazón, mi cuerpo y mi mente.
“Mas ya no soy yo, sino tú en mí, y el Padre en nosotros”.

Padre, Dios, no me dejes caer en la tentación de identificarme con mi mente, o con mis sentimientos (mi falso yo, el ego).
Dame el Espíritu de Sabiduría para saber que yo soy uno contigo y con tu Hijo amado y uno con todos tus hijos, en la unidad del Espíritu Santo. Amén.

Jesús Cano.

   

  «VOY A MISA CUANDO ME APETECE»

Esta es una frase muy hecha y que estamos acostumbrados a oír en nuestra sociedad secularizada.
La verdad es que vivimos en una sociedad donde estamos acostumbrados a ir a los «super», pasar por los estantes y coger a capricho aquellos artículos deseados. Con frecuencia nos movemos más por apetencias corporales y gustos sensitivos, que por razones profundas, criterios serios o valores nobles. Consecuentemente, es más fácil llevar la vida desde el «me apetece», «no me apetece».
Indudablemente, este estilo de vida choca frotalmente ante los valores religiosos. Y chocan porque el Dios de Jesucristo, no es un Dios de apetencias. Dios no está esperando a que nosotros le apetezcamos para cogerle, echarle en nuestro carro y utilizarle a nuestro antojo o apetencia; entre otras cosas, porque Dios no necesita nada tuyo, ni mío, para ser el que es. Él se basta a sí mismo que para eso es Dios.
Así  pues,  a misa no debe irse cuando a uno le apetece, como tampoco uno va a trabajar solamente cuando le apetece, o circula por la izquierda porque le apetece, o una madre no ama a su hijo cuando le apetece.
A misa, a la celebración de la eucaristía, debemos ir porque Dios nos ama infinitamente y siempre, a pesar de nuestras infidelidades, porque Dios ha entregado a su Hijo hasta la muerte para darnos la Vida. Es decir, Jesucristo ha muerto en lugar nuestro. Lo que nosotros, por nuestros pecados, merecíamos, él nos ha salvado dándonos aquí y ahora la realización de la promesa del cielo. Y Jesucristo, en su última Cena, quiso que nos reuniéramos, al menos semanalmente, para recordar y celebrar su salvación, su amor eterno por todos nosotros. Así lo encontramos ya en los textos bíblicos donde los primeros cristianos se reunían semanalmente para celebrar con gozo la presencia de Jesús resucitado y así celebrar el mandato del Señor: “Haced esto en memoria mía”.
Entonces, ¿cómo no juntarse a celebrar la victoria del Señor?, ¿cómo no ser agradecidos con Aquél que sabemos nos ama con amor eterno? El agradecimiento es una de las grandes actitudes de vida y de oración en el cristiano. Debemos ser agradecidos con Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo y nuestro Padre. Él nos ha dado todo.
Consecuentemente, podemos decir, para entendernos, que Dios necesita algo de nosotros. Y, lo que Dios necesita de ti y de mí es que le demos una oportunidad para que entre en nuestras vidas y podamos experimentar el AMOR INFINITO  que nos tiene.
Que el Espíritu de Dios mueva nuestros corazones a la fe y a la obediencia del Dios de la vida.

Jesús Cano

 

“MI YUGO ES SUAVE Y MI CARGA LIGERA” (Mt 11,30)

(Todos sabemos lo que es un yugo ¿no?... Es un instrumento de madera que sirve para unir un par de mulas o bueyes y que sirven para la labor del campo, principalmente para acarrear.)

¡Cuántas veces en la vida atravesamos por momentos muy duros y difíciles...! Sentimos que nadie está a nuestro lado para echarnos una mano y ayudarnos. En esos momentos sientes, al menos a mí me pasa, que tus fuerzas interiores no son suficientes para cumplir tus múltiples tareas y responsabilidades de todo tipo. Estas situaciones rompen tu paz interior y te producen cansancio, desaliento, etc. Al mismo tiempo, aparecen unidos diversos problemas y tenemos la sensación de que no sabemos ni podemos darlos solución, con lo cual, aparece la impotencia y el abatimiento. También yo paso por estos momentos de oscuridad y agobio que los reveses de la vida nos van proporcionando.
En uno de esos momentos, donde todo se vuelve en contra y me veo solo, tirando sobre el yugo pesado de la vida, es cuando vi a Jesucristo. Sí, a Jesucristo. Fue en ese momento, cuando mi mirada interior se gira hacia la derecha y veo con asombro que Jesús, el Señor, está a mi lado derecho, en el otro hueco del yugo… Y vi a Jesús mirándome con una sonrisa afable, suave, amorosa. Con este gesto sagrado del Señor hacia mí, oí que me decía: “¡ánimo!, ¡estoy a tu lado!”… Inmediatamente, sentí que una brisa suave acariciaba mi rostro, que una fuerza interior animaba mi alma y me llenaba de alegría de sentirme acompañado por el Dios vivo y verdadero. Todo esto sucede en cuestión de décimas de segundo, y para mí, fue garantía de la existencia de Dios que está siempre dispuesto a ayudarme.
Ahora entiendo mucho mejor las palabras consoladoras de Jesús: “MI YUGO ES SUAVE Y MI CARGA LIGERA”. Es suave el yugo y ligera la carga, sencillamente, porque es Él el que nos acompaña y nos ayuda a llevar la carga de todo lo que llevamos en la existencia de nuestra vida.
Traigo a la memoria algo que leí hace mucho tiempo y no sé dónde: “una sonrisa alivia el cansancio y es consuelo en la tristeza”. Ofrécetela, ¡por favor!... Y dásela a los demás, que es casi seguro que la estén esperando.
Tengamos como cierto, que por nosotros mismos somos incapaces de seguir al Señor dignamente. ¡Contemos con Él!. Doy gracias a Dios porque mi fuerza y mi poder es el Señor y su ayuda nunca me falta. ¡Aleluya!

Jesús Cano.

 

«¡SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS EN VOS CONFÍO!»

El viernes, día 27 de junio, la Iglesia celebraba una solemnidad muy importante: el Sagrado Corazón de Jesús. Esta devoción al Corazón de Jesús ha existido desde los primeros tiempos de la Iglesia, cuando se meditaba en el costado y el Corazón abierto de Jesús, de donde salió sangre y agua. Y es muy importante, esta solemnidad, porque nuestra mirada se dirige al centro del Corazón de Dios, que es AMOR.
Para comenzar, deciros que me impresiona extraordinariamente la primera lectura de la Palabra de Dios que leemos en la misa de este día. Es de un libro del Antiguo Testamento que se llama Deuteronomio y que, entre otras cosas, dice esto: “el Señor se enamoró de vosotros”. ¿Nos damos cuenta de esta frase?... Dios enamorado de cada uno de nosotros. Sí. Dios enamorado de nosotros, apasionado por nosotros, conmovido por nosotros, entregado por nosotros… un Dios inclinado y preocupado siempre por su criatura. Dicho de otra manera, nosotros despertamos en Dios, su amor y ternura hacia nosotros, como un bebe despierta el amor y el cariño a sus padres. Pero, ¡qué cosa!, ¡Dios mío!... Yo, que soy siempre un pecador en la presencia Dios, suscito en sus entrañas: misericordia, compasión, amabilidad, ternura, cariño… amor infinito hacia mi persona. Y todo ello, no porque yo sea bueno, sacrificado, amable, rece mucho o sea habitual participante de la Eucaristía, sino por su pura gracia y amor hacia mí.  Así es Dios.
Pero, ¿y por qué sabemos esto de Dios? ¿Quién nos ha hablado así de Dios? ¿Dónde se ha visto que Dios sea así y dónde le podemos seguir viendo? Pues, sencillamente, en el Corazón humano de Jesucristo. Él es la presencia visible para el mundo del amor entrañable de Dios. San Pablo nos habla del amor de Jesucristo hasta la muerte de esta manera:
“Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.
Cuando acojamos a Jesucristo, despojado y rebajado hasta la muerte por mí, entonces comprenderemos lo que es el Corazón de Dios, y, entonces también, sabrás que el Señor tu Dios es Dios: el Dios fiel que mantiene su alianza amorosa  para siempre, por toda la eternidad”.
Queridos amigos, veis a las mamás cuando cogen a sus bebés sobre su pecho y les unen junto a su corazón, pues, así, Dios nos tiene en su regazo, abrazados en un abrazo infinito. Y, junto a su pecho, donde somos cobijados y protegidos, sentimos el latido infinito de un Corazón que nos ama con amor eterno. Es el Corazón de Dios-amor.
Y, ahora, no nos queda más que fiarnos de Dios y poner en Él toda nuestra confianza. Concluyamos, pues, diciendo: «¡SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS EN VOS CONFÍO!».

Jesús Cano.

 

“COMO EL PADRE ME HA AMADO, ASÍ OS HE AMADO YO”

Queridos amigos: La gracia y la paz del Señor esté con vosotros.
El título de arriba es una expresión de Jesús dirigida a sus discípulos y seguidores. Está en el evangelio de San Juan en el capítulo quince y versículo nueve: “como el Padre me ha amado, así os he amado yo”. No es fácil caer en la cuenta lo que significan estas palabras tan hermosas y gratificantes que Jesús nos está diciendo en este momento a ti y a mí. Y no es fácil porque se trata del mismísimo amor de Dios Padre donado a su Hijo. Jesús nos dice: como Dios Padre me ha amado a mí, del mismo modo os he amado y os amaré siempre yo. Es decir, el amor con el cual nos ama Dios es el amor infinito, misericordioso, compasivo y eterno del Señor.
Queridos amigos: el amor de Dios derramado en nuestros corazones es un don, una gracia gratuita. Nosotros no tenemos que hacer nada para merecerlo, es Él, el Señor, el que nos ama porque Él es Dios y Dios es amor, porque  no puede ser otra cosa más que amor. En definitiva: ¡Dios nos ama!
Dicho de otra manera, aunque nosotros no amemos a Dios, él nos amará siempre, aunque nosotros nos alejemos, él estará cerca, aunque nosotros estemos en el pecado, él nos perdonará siempre. En fin, ¿qué más se puede pedir a Dios, si él nos ha dado todo?
Sí, ya sé que después de lo dicho, alguno puede estar pensando cosas como estas: entonces, si Dios es tan bueno ¿por qué existe el mal en el mundo?, ¿por qué no se me cura esta enfermedad?, ¿por qué tengo este problema en mi familia?, etc. No penséis que tengo respuestas para todo. No.  Yo lo único que sé es que Dios es bueno, que me quiere y que nos quiere a todos sin medida y que Dios no quiere el mal para nosotros, porque Dios se hizo hombre para enseñarnos este amor del Padre hasta entregar su vida, morir en una cruz y resucitar por nosotros. Yo sé que él sufrió por mí, y que él sigue estando a mi lado compartiendo su vida conmigo en los gozos y en las esperanzas, pero también en el sufrimiento y en la tristeza. Él nunca se puede separar ni de ti ni de mí porque Él ha resucitado y vive para siempre.
Entonces, ¿qué hacer?... ¿cómo conseguir vivir este amor de Dios en mí?.... Lo primero, es llegar al convencimiento de  que este amor de Dios, no está fuera, sino dentro de ti; que la vida de Dios actúa desde dentro de cada uno, y actúa por el Espíritu Santo. Así pues, lo que tenemos que hacer es invocar con sinceridad de corazón y en el silencio de nuestra vida al Espíritu Santo. Se trata de que le llamemos, le invoquemos, le pidamos que sea Él, el Espíritu Santo, el que nos llene del amor de Jesucristo. Es Él el que nos da la vida de Jesucristo, su propio amor, un amor que no se acaba nunca y que se prolonga hasta la vida eterna, donde veremos a Dios tal cual es. Pues bien,  todo esto se consigue a través de la ORACIÓN silenciosa. Que el Señor, nuestro Dios, por la gracia de su Espíritu Santo, os conceda una experiencia gozosa.

Jesús Cano.

 

¿Quién es el espíritu santo?

Si alguien nos preguntara quién es el Espíritu Santo ¿qué responderíamos aparte de decir que es la tercera persona de la Santísima Trinidad?.
Ciertamente, es fácil hablar del Padre y del Hijo, pero... ¿y del Espíritu Santo?
Se dice del Espíritu que es el gran desconocido, y sin embargo, es curioso lo que nos dice Pablo: “EL ESPÍRITU DE DIOS HABITA EN VOSOTROS” (Rm 8,9). ¿No os causa extrañeza esto?. Por una parte no sabemos hablar de Él y es el gran desconocido, y por otra, está y habita en nosotros. Entonces ¿dónde está el fallo?
Parece evidente que en nosotros. En consecuencia busquemos la experiencia del Espíritu Santo. Para ello volvamos a la “profundidad secreta de nuestro yo, donde actúa el Espíritu Santo y donde, en lo más profundo de nuestra intimidad, se abre una puerta hacia Dios, a través de la cual Él puede entrar en su propiedad” (H. U. Von Balthasar).
VEN ESPÍRITU SANTO  e  inúndanos de tu Ser.

 

JESÚS VIVE. ¡ALELUYA!

Es tiempo de alegría: ¡Cristo ha resucitado! Suenan las campanas en las iglesias y la liturgia se llena de aleluyas. La Vida ha vencido a la muerte, el Amor al odio, la Misericordia al pecado. Se nos han abierto las puertas del Cielo.
Todo es fiesta para celebrarlo. Vivamos estos días en continua acción de gracias. ¡Cincuenta días de alegría, cincuenta días sonrientes! Salgamos de nosotros mismos para abrirnos y acoger a los demás. ¡Que se note que es Pascua en nuestro hogar! Cuidando a los que están más cerca, con detalles concretos: una sonrisa, una muestra de interés, una palabra amable, un elogio sincero…para convertir la alegría en amor y hacer felices a los demás.
En este tiempo pascual, el Papa ha pedido por la paz en todo el mundo, particularmente en las regiones más heridas por la guerra, el odio y los rencores. Rezar por la paz debe ser un objetivo diario en una familia cristiana. Unámonos al Papa y recemos juntos con esperanza por la paz. No olvidemos tampoco que podemos aportar nuestro granito de arena. Seamos sembradores de paz allá donde estemos: en la familia, en el trabajo, en la comunidad.
Seamos portadores de la Buena Nueva, ahora más que nunca.  

 

VIVIR LA SEMANA SANTA

Quedan pocos días para celebrar la gran Semana Santa cristiana. Para mucha gente es un tiempo de vacaciones en la playa,  viajes, excursiones, diversión. Las agencias lo saben muy bien.
Para otros, la Semana Santa, se queda en la admiración de la belleza estética de unos pasos procesionales, o lo celebran de una forma tradicional asistiendo a los cultos porque sienten la necesidad de ofrecer algo a Dios en estos días tan solemnes. Sin menospreciar nada de la buena voluntad religiosa que cada persona lleva en su corazón, es necesario ir más allá de lo puramente externo.
Lo cierto es que la cultura dominante de hoy, va provocando en el corazón del hombre, cada vez más, el vacío cristiano de lo que verdaderamente celebramos en estos días tan centrales para el creyente: el amor hasta el extremo del Señor, su pasión, muerte y resurrección.  
Para el cristiano creyente  han de ser días donde su vida se vea centrada y acaparada por el misterio profundo pero cercano de Dios ante su muerte y resurrección. Nuestra mirada a Jesucristo en la cruz, no se ha de quedar en unos sentimientos de pena por el sufrimiento o el dolor de Jesús en la cruz, sino que nos ha de llevar al amor de los “cristos” sufrientes de hoy.
Comprendamos que la presencia de Jesucristo en la cruz es la expresión más alta de cercanía y unidad, de amor y solidaridad de Dios con el hombre, porque,  ¿qué más se puede pedir a una persona que muera por otra?
Hemos de saber, que Jesucristo ha venido al mundo para hacerse cargo de él. Él, Jesucristo, se ha hecho responsable de nuestra vida, no es ajeno ni al mundo ni al hombre. Es más, llegó al extremo de dar su vida, incluso, hasta por sus propios verdugos.
Dicho de otra manera, Jesucristo, que fue probado en todo igual que nosotros, menos en el pecado, hace suyo nuestro sufrimiento, nuestra tristeza, angustia, desaliento, enfermedad, debilidad... muerte. Hasta tal punto, que los quiere para sí: “eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba… Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados” (Is 53, 4-5).
Todo esto, no son puras filosofías, ni demagogias, ni palabras bonitas. Es pura realidad porque Jesucristo resucitó. Y la resurrección es la acreditación de que toda su vida y palabra son verdad.
Por ello, nos invitamos unos a otros a «entrar» a vivir la Semana Santa. Quiera Dios que la Semana Santa de este año, sea para todos nosotros motivo de encuentro con el Dios vivo y verdadero. Cristo está en ti; él es la esperanza de tu vida.
Vivamos la Semana Santa y que ella se convierta en una Santa Semana.

Jesús Cano

 

“SEÑOR, ¡QUÉ HERMOSO ES ESTAR AQUÍ!”
 

El Evangelio del segundo Domingo de Cuaresma trata de la transfiguración de Jesús:
“Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos… Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: Señor, ¡qué hermoso es estar aquí!”.
¿Qué es una transfiguración? Una transfiguración es una transformación del cuerpo de Jesús, que implica un cambio de forma, de tal modo, que ese cambio pone de manifiesto la divinidad de Jesús, ante sus apóstoles.
Es impresionante contemplar el Evangelio desde lo que les sucedió a estos tres Apóstoles. Ellos tuvieron una experiencia, una visión de la persona de Jesús que les hizo cambiar la imagen que hasta entonces tenían de Él.
Con frecuencia, los cristianos de hoy creen en Jesús como una  persona histórica. Sí, que hizo cosas extraordinarias, que tuvo una palabra muy sugestiva para el mundo, pero nada más. En consecuencia, para muchos cristianos, Jesús es alguien del pasado, muy lejano, que no afecta a la vida personal, que no tiene poder para cambiar y transformar a las personas de hoy. Y si no, preguntémonos, por ejemplo: ¿por qué muchos jóvenes no se sienten atraídos por la fe?, ¿por qué la falta de entusiasmo y empuje en los cristianos?, ¿por qué la fe y las prácticas religiosas terminan cansando, aburriendo y haciendo caer en la rutina a tantos cristianos?
Una respuesta la podemos encontrar en este pasaje del Evangelio citado. Pedro, Santiago y Juan, hasta entonces sólo creían en la pura humanidad de Jesús, era seguir a un líder humano poderoso, sí, pero nada más. Tras la experiencia del Tabor Jesús se convierte en el Hijo único de Dios. Ahora, Jesús es el Cristo, el Ungido, el Mesías, el esperado. Es este Jesucristo, hombre-Dios, quien les transfiguró en su forma de ver, pensar y actuar acerca del Dios en quien venían creyendo.
Ahora, Jesucristo es para ellos el amor desbordante y nuevo, que llena de alegría y esperanza la vida. Cuando la fe la vivamos, no por obligación, sino por atracción poderosa del amor de Dios hacia Él, entonces podremos clamar como Pedro: “Señor, ¡qué hermoso es estar aquí!”. Sí, qué hermoso es sentirse amado, qué hermoso es vivir el AMOR en la Eucaristía, en el sacramento de la Confesión, qué hermoso es estar en la presencia de Dios en la oración, en la naturaleza, y sobre todo, ante la presencia del hermano necesitado…
Hoy es necesario volver al Dios manifestado en Cristo Jesús, al Dios compasivo y misericordioso, al Dios que “ni cansa ni se cansa” de amar. Jesús está vivo, resucitado y su vida sigue adelante en cada uno de nosotros por la fuerza del Espíritu Santo y es, en definitiva, el que  nos espera y nos esperará siempre.

 

TERNURA Y MISERICORDIA DE DIOS

Entramos en el tiempo litúrgico de la cuaresma. En muchos casos, esta palabra la recibimos con unas connotaciones negativas y pesimistas para nuestra vida: ayunos, sacrificios, esfuerzos, penitencias, etc. Y, sin embargo, nada más lejos de esto. La cuaresma es una invitación para entrar en nosotros y darnos cuenta de que estamos habitados por Dios. Es un tiempo para tomar conciencia de que el Dios revelado en Jesús es un Dios que te ama desde antes de la creación del mundo, desde siempre y para siempre; y que te ama personalmente. Más aún, ha querido que existieras en este momento determinado de la historia, aquí y ahora.
Es posible que, ante este mensaje sientas la tentación de que todo esto es un engaño, que no es posible, que lo mejor es pasarlo bien, y hacer la vida por mi cuenta. Si pretendes hacer la vida sólo desde ti, con la ausencia de Dios, pronto te darás cuenta de que vas desorientado, que no vas a gusto, te sientes mal contigo mismo, no encuentras respuestas a las contrariedades de la vida; y,  además, sientes aburrimiento y hartura por todo.
La cuaresma es una llamada a encontrar tu identidad de hijo/a AMADO/A de Dios, a entrar en el pozo de tu vida y encontrar la VIDA de Dios que calma tu sed, a quitar el velo de tus ojos interiores y ver la LUZ de Dios que ilumina tu vida e historia, en definitiva, dejar que el poder de la RESURRECCIÓN de Jesucristo toque nuestros corazones a fin de tener el aliento vivo de Dios. Sí, el Dios vivo y verdadero, no es el Dios de la tristeza, sino de la alegría interior que produce el saberse amado y perdonado por su ternura y misericordia infinitas.
Señor, que tu ternura y misericordia vengan sobre nosotros como lo esperamos de ti.

 

EL MUÑECO DE SAL

«Había una vez un muñeco de sal. Después de peregrinar por tierras áridas llegó hasta el mar, que nunca antes había visto y por eso no conseguía comprenderlo. El muñeco de sal le preguntó: «¿Tú quién eres?» Y el mar le respondió: «Soy el mar». El muñeco de sal volvió preguntar: «¿Y qué es el mar?» Y el mar contesto: «Soy yo». «No entiendo», dijo el muñeco de sal, «pero me gustaría mucho entenderte. ¿Qué puedo hacer?» El mar simplemente le dijo: «Tócame». Entonces el muñeco de sal, tímidamente, tocó el mar con la punta de los dedos del pie y notó que aquello empezaba a ser comprensible, pero luego se dio cuenta de que le habían desaparecido las puntas de los pies. «¡Uy, mar, mira lo que me hiciste!» Y el mar le respondió: «Tú me diste algo de ti y yo te di comprensión. Tienes que darte todo para comprenderme todo». Y el muñeco de sal comenzó a entrar lentamente mar adentro, despacio y solemne, como quien va a hacer la cosa más importante de su vida. A medida que iba entrando, iba también diluyéndose y comprendiendo cada vez más al mar. El muñeco de sal seguía preguntando: «¿Qué es el mar?». Hasta que una ola lo cubrió por entero. En el último momento, antes de diluirse en el mar, todavía pudo decir: «Soy yo».

Al perder, ganamos, y al vaciarnos, nos llenamos. Así fue la trayectoria de Jesús, de Francisco de Asís, y de la Madre Teresa, entre otras personas.
Dentro de nosotros está nuestra identidad más sagrada: Dios. Para encontrarla, conocerla y saber quién es hay que introducirse en ella, como el muñeco de sal.

 

TÚ ERES MI HIJO AMADO

En el Evangelio de Mateo, cap. 3,13-17, en el relato donde se narra el bautismo de Jesús, Él oye una voz salida de los cielos que decía: “este es mi Hijo amado”. Es impresionante esta manifestación de nuestro Padre Dios que consiste en que todo el amor de Dios está en su Hijo para entregarlo al mundo, para donarlo gratuitamente a cada hombre y a cada mujer en particular. El amor de Dios en ti y en mí. Este es el mayor regalo de Dios al mundo.
Hay una VOZ, la voz que viene de arriba, del cielo y que la escuchas en tu interior y te dice: “tú eres mi hijo/a amado/a”. Esta voz potente y llena de la ternura de Dios es pronunciada para ti, dicha para ti hoy, si bien, no es fácil escucharla en un mundo lleno de ruidos e imágenes que nos distraen y dispersan, y sin embargo, estamos muy necesitados de oírla en todas y cada una de las circunstancias difíciles que nuestra propia vida nos plantea, para ayudarnos a recorrer este camino lleno de dificultades de todo tipo.
Con frecuencia, el paso del tiempo ha ido dejando en nuestra vida las cicatrices de  muchas heridas: desprecios, envidias, rechazos, resentimientos… En muchas ocasiones nos han dicho: “tú no sabes…”, “tú no puedes…”, “tú no vales para nada”… En definitiva, no nos hemos sentido amados.
Por todo ello, necesitamos, hoy más que nunca,  escuchar la voz sagrada de Dios que nos dice: “tú eres mi hijo/a amado/a” y cuando de veras, en el silencio más íntimo de nuestro ser, escuchemos el susurro de esta voz amorosa, entonces comprenderemos la verdad más profunda de nuestra existencia: soy hijo/a de Dios. Y desde este amor íntimo de Dios comprenderemos que hemos sido amados antes de la creación del mundo, es nuestro amor eterno más allá de la muerte.

Jesús Cano.

 

LA NAVIDAD: ESPERANZA ABIERTA A TODOS

Generalmente, el hombre de hoy vive desencantado y decepcionado de la vida, está como desfondado, sin fuerza para vivir.
Por eso, resulta reconfortante escuchar en estos días la Buena Noticia: “OS HA NACIDO UN SALVADOR”. Es lo que celebramos en la Navidad: Jesús, el Hijo único de Dios, nacido de María, es nuestro único salvador. Sólo podemos encontrar la esperanza y el deseo de vivir con verdadera ilusión, cuando nos encontremos con Jesucristo y su amor infinito para todos y cada uno. Dios se ha manifestado definitivamente como amor gratuito.
Únicamente falta, que nosotros nos veamos necesitados de Él y acogerle con sencillez y humildad en nuestro corazón. Basta que lo deseemos para que Dios se vuelque en nosotros.
El amor de Dios es más fuerte que toda la maldad del mundo.

Feliz Navidad de Dios.

 

ADVIENTO: LA VENIDA DE DIOS

Acabamos de comenzar el tiempo litúrgico que llamamos el Adviento.
Pero, ¿qué significa la palabra adviento? Es muy sencillo, adviento significa alguien que viene, alguien que se acerca, que está llegando. Como es lógico, para los cristianos este alguien es Jesucristo. Sí, es Jesús, el Señor, el que quiere y desea venir cuanto antes a nuestra vida y gozarse con nosotros, ya que la vida cristiana es vivir en el gozo de Nuestro Señor.
Pero, y seguimos preguntándonos, ¿para qué viene Jesús a nuestra vida? Pues viene para salvarnos. Sí, para salvarnos, pero de qué nos puede salvar Jesucristo.
Todos sabemos que necesitamos a Alguien en lo más profundo de nuestra vida. Necesitamos a Alguien que nos traiga la paz interior, alegría verdadera, amor fiel y eterno que proceda de Dios y que llene de sentido todo nuestro ser. Digo esto, porque, ¿qué es lo que vemos en nuestra existencia? Acaso no están presentes las angustias, los miedos, los cansancios interiores, sufrimientos, decepciones, desesperanzas, rutinas, enfermedades… Es por ello que tiene que venir Jesucristo. Y viene a nuestra carne para ayudarnos a vivir todos estos males que sufrimos y padecemos, para vivirlos con Él en su alegría, en su paz, en su amor, en su cruz y resurrección. Y este encuentro en la fe amorosa es lo que llamamos Navidad.
Feliz Adviento.


Jesús Cano.

 

LA HISTORIA DEL BURRO

Un día, el burro de un campesino se cayó en un pozo. El animal lloró fuertemente por horas, mientras el campesino trataba de buscar algo que hacer.
Finalmente, el campesino decidió que el burro ya estaba viejo y el pozo ya estaba seco y necesitaba ser tapado de todas formas; que realmente no valía la pena sacar al burro del pozo.
Invitó a todos sus vecinos para que vinieran a ayudarle. Cada uno agarró una pala y empezaron a tirarle tierra al pozo.
El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró horriblemente. Luego, para sorpresa de todos, se aquietó después de unas cuantas paladas de tierra.
El campesino finalmente miró al fondo del pozo y se sorprendió de lo que vio... con cada palada de tierra, el burro estaba haciendo algo increíble: se sacudía la tierra y daba un paso encima de la tierra.
Muy pronto todo el mundo vio sorprendido cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando...
La vida va a tirarte tierra, todo tipo de tierra... el truco para salir del pozo es sacudírsela y usarla para dar un paso hacia arriba. Cada  uno de nuestros problemas es un escalón hacia arriba. Podemos salir de los más profundos huecos si no nos damos por vencidos...

¡¡¡Usa la tierra que te echan para salir adelante!!!

Recuerda :

Ama más y... sacúdete la tierra del egoísmo, del odio… porque en esta vida hay que ser solución, no problema.

Autor: Anónimo


Jesús Cano

 

 

ORACIÓN DEL INTERNAUTA

Padre Nuestro, que estás en la Red.
Tu amor nos crea y recrea en infinitos mundos virtuales.
Tú mantienes los hilos invisibles que nos enredan unos
con otros en esta telaraña mundial
de comunicación y amistad.
Venga a nosotros la red de tu Reino, el Reino
de la comunicación total, de la libertad sin fronteras,
del respeto por todos.
Danos nuestra ración de bits de cada día.
Que todos tengan la oportunidad de en-red-arse para
que la Red no sea lugar para unos pocos.
Perdona que casi nunca conectemos contigo,
aunque sabemos que ya nos mandaste el mejor de tus e-mails:
Tu Hijo E-Manuel: (Dios con nosotros).
No permitas que caigamos en la red de los servidores
lentos y desaprensivos,
no nos dejes caer en la tentación de huir a la realidad
virtual desatendiendo la realidad física.
Líbranos de la basura digital.
Amén.

 

 

 



Avda. Fernández Ladreda nº 26 40002 Segovia. Teléfono 921 463801