El hecho de que Dios sea amor, bondad, misericordia…, no nos permite tener licencia para utilizar los sacramentos subjetiva o caprichosamente. Ciertamente, al hombre de hoy no le gusta que le digan lo que ha de hacer o cómo lo ha de hacer. Se dice a sí mismo: “yo soy la norma y a mí nadie me tiene que decir lo que he de hacer”. Evidentemente, esta forma de pensar es un craso error.
A este pensamiento hay que añadir, también, la pérdida de la conciencia de pecado y la pérdida de sentido de lo sagrado.
Decimos esto porque, cada vez es más frecuente ver a personas que se acercan a comulgar en la Eucaristía sin estar debidamente preparados espiritualmente, como nos indica la Iglesia. Algunos, incluso viviendo alejados de la Iglesia, cuando llegan momentos de celebraciones un poco especiales, dígase, por ejemplo: bodas, primeras comuniones, funerales…, se acercan a comulgar con el único sentimiento subjetivo de: “me apetece comulgar”. Pero, ¿es que el amor sagrado de Dios es cuestión de apetencias? Por supuesto que no.
Desde luego, sólo Dios puede juzgar el corazón del hombre, esto es claro. Sin embargo, en mi condición sacerdotal, estoy en la obligación de explicar correctamente la doctrina de la Iglesia Católica. En ningún caso podemos vivir desorientados o actuar por error, porque “nadie nunca me lo dijo antes”.
Sepamos pues que, cuando comulgamos, es al mismo Jesucristo a quien recibimos. En consecuencia, tomemos conciencia, los “lejanos” y los “cercanos”, de que en la Eucaristía recibimos el sagrado amor de Jesucristo, muerto en cruz para el perdón de nuestros pecados y resucitado para que todos tengamos vida eterna. Y, que este Amor, nos compromete a su seguimiento hasta dar la vida por Él.
Dios te bendice cada día.
D. Jesús Cano, párroco de San Millán.