Lecturas

El Evangelio del día, la carta de nuestro Obispo, poemas y archivo de la revista "Juntos"

El Evangelio del día

Carta de nuestro obispo en la revista Ecclesia

¿Y si lo que buscas está en tu interior?

10/11/2024

El Día de la Iglesia Diocesana, que celebraremos en este domingo, posee un marcado carácter vocacional. Su lema, recogido en el título de este comentario, nos invita a encontrar en nuestro interior lo que con frecuencia buscamos fuera. Hay que reconocer que no son tiempos fáciles para la interioridad. El hombre anda desparramado en las cosas externas, azuzado por su curiosidad descontrolada. Dedicar tiempo a la oración, a la escucha de Dios en el silencio, al conocimiento de nosotros tiempos no es tarea frecuente ni fácil, a pesar de su enorme atractivo.

La Iglesia, sin embargo, vive de la interioridad personal y comunitaria si nos tomamos en serio que somos templos habitados por el Espíritu. Jesús nos ha dicho que el Reino de Dios crece en el interior de cada uno. En otras campañas de la Iglesia Diocesana se ha puesto el acento en compartir bienes, en vivir como familia de Dios, en la participación de las tareas eclesiales. Este año, con la mirada puesta en el Congreso de Pastoral Vocacional del próximo mes de febrero, ponemos el foco en la vocación que Dios propone a cada bautizado: al sacerdocio, la vida consagrada, el matrimonio, el compromiso laical en la sociedad. En cada estado, lugar, profesión y circunstancias personales, el cristiano es llamado a la santidad, es decir, a realizarse plenamente según el designio de Dios. Sólo así la Iglesia se manifestará al mundo con la belleza de sus diversos carismas y se convertirá en el signo visible de la alianza de Dios con los hombres.

Con frecuencia, cuando pensamos en cómo ayudar a la Iglesia, no partimos de lo más decisivo y personal: ¿qué quiere Dios de mí? Discurrimos sobre lo que puedo hacer por ella —donativos, tareas, tiempo—, pero no en lo que «soy» para ella según el plan de Dios. La pregunta por el «ser» debe preceder a la del «hacer». Y esto exige recordar la máxima de san Agustín: «en el interior del hombre habita la verdad». En su carta a los cristianos de Éfeso, San Pablo pedía a Dios por ellos para que fueran «robustecidos por medio de su Espíritu en vuestro hombre interior» (Ef 3,16). Si somos sinceros, hemos de reconocer que muchos, si no la mayoría de los problemas del hombre, proceden del olvido del «hombre interior». El filósofo Pascal afirmaba que «la infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación». Entrar dentro de sí mismo, pensar y sacar conclusiones es la mejor gimnasia del espíritu (y también del cuerpo que necesita relajarse). Es difícil escuchar a Dios en la prisa, en el ajetreo, en la dependencia de nuestros móviles o en dejar pasar el tiempo sin atender a la trascendencia de nuestra vida interior. Dios habla en el silencio, nos lleva al desierto para hablarnos al corazón, se comunica a quien le espera y escucha.

La Iglesia es ante todo una comunidad orante, como en Pentecostés, atenta siempre a la voluntad de Dios que le marca el camino. El reciente sínodo de obispos nos lo ha mostrado con claridad. El papa Francisco ha dicho que el Espíritu es el protagonista del Sínodo. Es también el protagonista de tu historia, de la mía, de la de cada cristiano que toma conciencia de su presencia y de su comunicación al espíritu del hombre que se abre para conocer la voluntad de Dios. Esta es la gran aventura del hombre: indagar en sus profundidades para encontrar la inmensidad de Dios. «Un abismo llama a otro abismo», dice el salmo 42. El abismo del hombre llama al abismo de Dios. Dios nos ha hecho insaciables de felicidad para que le busquemos a él, eterno e infinito. Sólo así edificaremos la Iglesia: si nos atrevemos a indagar en nuestro hombre interior.

César Augusto Franco Martínez
Obispo de Segovia

Poema

El árbol de Jesé en San Clemente (14 de noviembre)

Si vienes a San Clemente,
en sus frescos puedes ver
del costado del durmiente
brota el árbol de Jesé.

En el sentido ascendente,
las ramas en la pared
van brotando y ves que emerge
su descendencia de él:

del Rey David, imprudente,
Salomón nació después
y tras el tiempo aparece
la promesa de Israel:

sobre un trono, resplandece
María, que es la Mujer
que con su “SI” nos merece
al Redentor, Emmanuel.

José García Velázquez

Juntos

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